viernes, 24 de diciembre de 2010

la piedad


Casi nadie podía distinguir al hombre ahí, sentado frente al parque sobre la vereda rota, dándole la espalda a la iglesia más antigua y olvidada de la ciudad. Era como aquellos amorfos bultos de basura que aparecían y desaparecían por sus calles al amanecer, con la diferencia de que él temía cobijar aún demasiada vida. Llevaba el cuerpo cubierto por imposibles periódicos y cartones, adheridos de lo recolectado durante sus inimaginables caminatas tratando de alejarse de ningún lugar. Sólo entonces, al recoger los frutos de su magra tierra, podías ver surgir de dentro de las mangas de su saco de casimir almidonado sus manos de calamar muerto, sus dedos interminables, quebrados por coyunturas protuberantes a causa del frío, y sus uñas plomas, casi tan gruesas y ennegrecidas como sus años de espera, cerrándose coordinadamente sobre aquellos crepitantes papeles de una forma tan armónica que parecía realizar todas las veces la misma maniobra.
Su rostro ya no reflejaba los buenos tiempos de su empleo de Supervisor-Jefe de Vendedores del gran almacén del centro, cuando los lentes le hacían juego con la corbata y sus manos eran elogiadas como manos de pianista; tiempos de su matrimonio con una mujer que lo respetaba hasta el silencio, tanto así que se murió del puro miedo cuando se enteró que había dado a luz a dos niños, y no a uno, sin su consentimiento. Pero tampoco reflejaba los años duros que precedieron su huída. Su rostro ya no reflejaba casi nada, sólo la miseria de largos años en la calle que lo habían reordenado de modo que ya no quedaran rastros de piedad en él, volviendo acuosos sus ojos grises, extraviando sus labios entre motas compactas de su barba y bigote entrelazados, y perdiendo la vitalidad de sus fosas nasales, anegadas por los restos flotantes de todos los aires que había tenido que respirar durante su huída; porque huía de recuerdos ineludibles, razones agobiantes: de su antigua fe cristiana, de los edificios de cuatro pisos en los que veía siempre trepados sobre el borde más alto a sus dos hijos adolescentes; los veía saltando al vacío, inermes, y él corría con los ojos desorbitados a verlos destrozados en el suelo, pero ellos salían a su encuentro y lo abrazaban, y le decían: papi soy inmortal, deme otro cigarrito. Y él se los entregaba, consternado.
Pero, a pesar de sus largas caminatas, siempre terminaba sentado sobre la vereda de la misma iglesia, clavando sus ojos en el pequeño parque de bancas de mármol y pileta de bronce -enrejado hace siglos para su protección por algún municipio insensato- que quedaba cruzando la calle; donde al caer la noche se dedicaba a escudriñar los resquicios pétreos qué el imaginaba cálidos y húmedos de una escultura femenina de expresión conformista; resignada, quizás, a la hediondez de las palomas, dominado por rezagos de cierto instinto confuso que le hacía verla más humana de lo que aparentemente era cargando a su hijo muerto, así como él cargaba a sus hijos moribundos la segunda vez que se arrojaron del edificio, en el que vivieron, y sobrevivieron, ante la incredulidad de todo aquel que oyera hablar de esos hermanos que se creían inmortales, los que ya se habían arrojado hasta cuatro veces antes de cumplir siquiera veinte años, siendo aún como dos niños obedientes que le hacían caso en todo a su padre. Tanto, que ya no hicieron nada luego que él los abandonó, y se murieron más bien quietos, sin que por mucho tiempo nada los delatara, sin que su padre loco se enterara nunca que casi lo habían olvidado el día que murieron. Pero él no estaba loco, él sabía que continuaban vivos sobre cada edificio que tuviera cerco de granados pues por el simple hecho de persistir el frío sobre la vereda, porque Dios no existía, porque aquella su tibia muerte no aparecía, porque a pesar de todo siempre abría los ojos al siguiente amanecer, esperando que inusitadamente volviera la noche, que anocheciera sobre él.


Mientras Tanto, la estatua de mármol, de rostro cansado, obtenía brillo propio las muchas noches que fallaba la luz del poste encargado de opacarla, haciendo crecer en él ansias que sólo eran refrenadas por la presencia de las altas verjas coloniales, ansias que no desaparecían en sus remordimientos; se acumulaban noche tras noche viendo languidecer, de vez en cuando, su tibio resplandor, a causa de las luces de algún auto inoportuno que avanzara a lo lejos, tras el parque, buscando refugio.
Una noche en que la falla eléctrica del poste coincidía con una Luna tan llena que hasta las bancas, arrancadas, flotaban por su celeste nebular, sus ansias desbordadas lo hicieron moverse. Se levantó sin sentir que lo hacía, como dejando un falso peso abandonado tras de él, y caminó cruzando la calle, sin detenerse. Encontró con la mirada el camino clausurado. Sintió entre sus manos la quebradiza e hiriente sensación de cáscara de los hierros oxidados del cerco colonial, que, de pronto, cedieron como ceniza ante la inmensa presión de los años de intemperie vividos; abriendo una ruta por la que pudo llegar a ella, tocarle la frente con sus dedos infinitos y sentir sobre sus palmas atónitas la frialdad de sus pétreas vestiduras, arrugadas en un mismo y eterno gesto, disociándose tan de golpe sus ansias que tuvo que sentarse sobre la polvorienta banca al pie de la estatua, sintiendo quebrarse la última de sus pasiones-ilusiones de una forma tan catastrófica que se quebraron también las murallas que contenían sus recuerdos, y apareció de pronto en el centro de una sala, con la desgracia de sus dos hijos sin madre pidiendo a gritos ser amamantados, siendo luego rechazados de los colegios normales, recibiendo la burla de los chicos más crueles del vecindario que los tildaban de “Niños Caballo” y lo motejaban a él como el Jinete Sin Suerte; subiendo las escaleras del edificio el día que maduraron sus terribles ideas y decidió reunirlos en la cocina para convencerlos con artificios de mago de su fascinante calidad de inmortales, sin imaginar que no podría convencerlos sino tras varios años porfiando de subir a la cornisa y arrojarse al vacío, mientras él se escondía como no pudo esconderse en la banca del parque a causa de la luz de luna que atravesaba las rendijas abiertas por entre sus coyunturados dedos, mientras deseaba la muerte en vano, porque sabía que nunca moriría, lo había pedido tantas veces, extendiendo los brazos hacia ese cielo estéril que lo cubría sin Dios, que había comprendido lo inútil de su fe, quedando tan ensimismado que no percibió el momento en que logró conmover a la muchacha de mármol que lo miraba desde lo alto; quien se levantó silenciosa, dejando acostado sobre el pedestal de piedra a su hijo muerto por todos nosotros, y bajó, extendiendo hacia él sus pechos grises en el instante preciso en que él la noto, sorprendido, observando en ella toda la existencia divina por la que había clamado tanto tiempo. Dejó que lo abrazara y recostara sobre su regazo, meciéndolo amorosa bajo sus pechos olorosos y acariciando su pelo sucio, lentamente, hasta lograr dormirlo, soñando el rostro lleno de piedad que lo dejaba con el sabor de sus labios frescos en el paladar muerto, que lo dejaba morir con la lujuria de sus besos.

martes, 23 de noviembre de 2010

fiesta para Claudia

Claudita y Nicolle giran descalzas sobre la alfombra, disolviendo los turbios contornos de los muebles. Se empujan melódicamente, jugueteando sexys. Miguel las anima, viéndolas enredarse como los arabescos del humo de inciensos que aroman de opio la sala. Del Estéreo se expande la arrebatada cadencia de bongós y la melodía flautista traversa perseguida por un piano jazz, que, les parece a ellos, arman una rumba…
Abajo, sentados en las escaleras al pie del edificio, Erick, Angie y Leo fuman de una pipa lo más sin apuro que pueden.
Angie ve las lucecitas de Pardo bailoteando sobre los postes, fundiéndose al pavimento en el iluminado horizonte. Mira sus pezones erguidos; calurosa, feliz. Los siente desde las puntas como dos dudas que ansiaran ser absueltas por el viento que las lame. La larga noche esconde sus torpezas. Gozan lo clandestino.
Entran corriendo. El conserje, tras una puerta lateral, se esconde para que no le jodan la paciencia a él.
Juegan. Buscan el ascensor.
...Miguel desea que ellas continúen bailando, pero aquel toc toc ha quebrado la ilusión del momento.
Claudia va a abrir la puerta. Su amado Leo, entra primero y le da un beso. Ella huele y le saboréa la yerba. ¿Compraste todo lo que te pedí, no, Leo? Le pregunta…
Ahora sentada sobre Miguel, Nicolle no deja de sorber sus besos ebrios. Los chicos llevan a la cocina las compras del Santa Isabel. Nicolle señala con la puntita del piercing de su lengua a Angie sus pezones. Ella se acomoda la ropa ante el oscuro ventanal con una sonrisa cómplice. “Estás atenta” le responde Angie, sentándose. Ríen.
Miguel ve borrosamente cómo se sirven nuevos vasos y se ocupan los sofás. Bebe un trago de alcohol y frutas y saliva de la boca de donde le llueve. Cerrando los ojos acaricia a Nicolle. Ella se agita, acomodándose para frotar mejor sus sexos, montados sobre el sillón. La tibieza que aparece cuando siente que encajan es lo único que le da a ella algo de seguridad, de confianza, a esa hora crepuscular que significa la media noche para su ánimo. Miguel bajo su polito beige le recorre la espalda crispada.
Erick y Leo vuelven a reír con Angie. No se detienen. Claudia no puede hablarles, se asfixia; en especial a Leo, el muy imbécil. No deja de pensar en la cocaína que guarda en su cartuchera. Detesta aquella idea romántica que tenia para ella, para ellos. Saca la bolsita y se sienta en el piso junto a la mesa del centro. Poco a poco, uno a uno, van deteniendo sus conversaciones y volteando hacia donde ella está. Ella aspira lo que ha recogido con el borde de una tarjeta, aparentando no prestar atención a nadie. Un tiro, dos. “oye mal educada -dice Erick, de pronto- eso se hace en el baño”, “¡Claudia, ¿qué te pasa?!” le grita Nicolle en un susurro al oído, “¿te olvidaste de mis papás o nos quieres joder???". Ella sabe que Nicolle no tolera la cocaína; y más cuando es la cocaína de su mejor amiga. “ya pues Nicolle, normal; más bien, que nos invite de esa coca…” “perooo”, “Claudacha…”. Surge un rumor. Angie se aproxima a ella extendiéndole el dorso de la mano. “invita px unos ñacs”.
-Esperen.
Nicolle se coge la frente, la siente caliente. Al hacerlo ve la hora en su pequeño reloj y luego se fija en el de la pared.
-Oigan, qué tal… me parece que ya es más de medianoche, ¿no?!!
“¡Feliz cumpleaños Claaau!!”, gritaron entonces todos.
Erick la ayuda a levantarse y la abraza. Angie sirve más tragos. Es la última en darle a Claudita aquel abrazo. Miguel ha cogido la bolsita de cocaína y la observa acucioso, fingiendo no escuchar las palabras que Nicolle se empeña en colgarle del cuello; pero lo hace y le entrega la bolsita finalmente a Leo, quien con un gesto crítico recoge un poco con los dedos y aspira furiosamente, brotándole luego un gesto doloroso. “Ellos son los malos –se dice Claudia-; puta se van solos y regresan así estonazasaasos, ¿y yo?”. Leo, al ver que ella lo miraba de ese modo tan duro se acercó. Sin rencor, Claudia siente la gota amarga caer en su lengua, y la agita contra la lengua de él. “Tal vez mi Leo no lo sabia. El casi nunca fuma” se dice, prolongándose su beso. Nicolle apaga las luces del techo y enciende tres lámparas. Por sus pantallas la luz desparrama tonalidades cálidas.
“¿Piel humana?”
“Quizás…”
“No te pongas chuncha Claudia-dice Nicolle-, mira”. Miguel ha abierto un estuche de donde asoma una fruta iridiscente y aromática. “¿Tu regalo para mí, Nicolle?” le dijo abrazandola. Recuperando el entusiasmo, vuelve a ver amigos en los que absorben líneas de su cocaína sobre el vidrio de la mesa. Nicolle corre una ventana y entra junto con el aire el veloz precipicio. Ya no le preocupa tanto el riesgo de sus padres, quienes a esas alturas deben haber logrado vencer la música y quedádose dormidos. Está contenta porque Miguel no ha querido la cocaína. Todos se acercan, seducidos seguramente por aquel frescor del mar en las noches de Enero. Nicolle rechaza fastidiada la punta de polvo blanco que Erick a lo lejos le ofrece. Busca en su bolsillo la pipa de piedra que le había comprado su hermana y se la da a Leo para que la llene con lo del estuche, que Claudia sostiene alegre.



Nicolle recibe la pipa otra vez. Arrojan el humo por la ventana, que se eleva por el nocturno cielo violeta del impredecible éter limeño. Ella, Angie y Erick han intentado suicidarse alguna vez. Leo piensa que, cuando lo intente, él no fallará. Miguel pasa la pipa y se deja caer sobre un cojín. A lo lejos, Nicolle apaga las luces y aumenta el volumen de la música, luego lo coge y lo levanta y lo pone a bailar. Nuevos inciensos han sido encendidos y se ha cerrado la ventana. Claudia no sabe si ir a sentarse con los espectadores en la reciente oscuridad, o volver a bailar tras de Nicolle, ir a prenderse de su cintura al borde de su lacrimógeno placer, o si tal vez aventarse al vacío, volar los doce pisos ahora que nadie la nota. Pero le han corrido la ventana.
-¿Para eso fumas?
Miguel comprende en una olfateada las miradas de Nicolle. La abraza y siguen bailando muy arrechamente. Angie mira a Erik concentrado en el baile de Nicolle y no en sus dolidos pezones.
Va al baño. Le costó levantarse del sofá; le cuesta alejarse de Erick y encontrar el camino correcto. Pasa junto al equipo de sonido y voltea a ver a la pareja. Siente ganas de apagar la música, pero no ve exactamente cómo hacerlo. Con un buen golpe bastaría, se dice, siguiendo hacia el baño. Cierra tras ella la puerta, sin encender la luz. Se limpia la nariz, tratando de ubicarse en el espejo. A oscuras se siente más bella. Mira sus senos, nostálgica. Los palpa. Enciende la luz. la apaga. Esta vez se levanta el polo y los hace brotar sobre el brassiere. Los recorre con la yema de sus dedos por las curvas. Va a encender la luz, cuando siente que intentan abrir y luego llaman a la puerta. Se reacomoda y la enciende. Es Leo. Cruzan miradas, pero es la de Angie la que queda suspendida en el vacío al cerrarse la puerta detrás de él. En la penumbra del pasadizo, se dice que de nada le sirve ser tan bella con tremendo marica. Leo se lava las manos; las seca bien. Su cocaína es más pura que la que le han vendido a Claudia, cree. Inhala mirándose hacerlo en el espejo. Sus orejas; no le gustan. Sonríe. Recoge con el dedo los rastros del polvo blanco impregnados alrededor de sus fosas nasales y los pega a su lengua, saboreando. Se acomoda, rudo, el paquete de la bragueta. Su boca; tampoco le gusta su boca. Desabrocha su pantalón y busca su arrugado pene. Lo estira todo lo que puede para ver su reflejo, se empina. Intenta mantener el equilibrio, recuperando las nauseas que le habían llevado ahí. Sobre el retrete se rasca insistente, sonriéndose, arrepentido.
Miguel le aconsejaba a Erick que ya no siguiera tomando; Y mmm tampoco la cocaína le sentaba bien. A nadie le sentaba bien por la puta madre, replicaba Erick, justo cuando aparecía Angie, a quien, para agrado y sorpresa de Angie y de alguno más ahí, Erick jaló sobre sus piernas. Angie entre sorprendida y avergonzada, se deja besar. Claudia, ahora, baila sola. Lleva un ritmo tan intenso... Nicolle llama a Miguel. Se lo lleva por la cocina. Salen al hall de los ascensores. Se besan oyendo la música lejana, lascivamente. Miguel le remanga el top que lleva sobre sus hermosos y saludables pechos, que siempre reciben el vacío con aquel afiebrado temblor. Se los lleva a la boca, los lame, los acaricia y los retuerce. Nicolle lo detiene sonriente y lo guía hacia las escaleras de servicio.
Claudia se piensa una perdida. No percibe a nadie tras de la canción. Desea a Leo, a Nicolle, a Miguel; también desea no estar ahí, caminando hacia el baño. Abre la puerta, sin seguro y Leo, quien demora en verla unos segundos, queda luego pasmado por el horror. Él va a decir algo, va a… pero ella ya ha cerrado y camina rumbo a la cocina. Leo intenta reponerse. Se sube la ropa intentando no mirar hacia la puerta. Se lava las manos frotando con euforia los dedos que se había estado metiendo al culo, lamentándose de su abyección, -Leo, si no estuvieras tan cagado- retoriza, pero aún los ve haciendo lo que hacían, de reojo en el espejo cuando Claudia lo descubrió.
-Mierda, qué borrachos están todos. –se dice Claudia, como después de un sismo, como en un desmayo híper lúcido, sin ganas de llorar. Mira su propio agujero en el vaso que, por suerte, ha conseguido. Se siente extraña "no, mierda no", opina, y se ríe. Recuerda apenada la imagen de Leo acuclillado sobre el retrete, gozando disforzadamente del reflejo de su martirio. Él aparece balbuceante en la cocina. Trata de hablar. Se muerde la lengua, enloquecida por la abundante dosis de coca que necesitó para salir. Claudia lo deja hablar, concentrada en unas burbujas del vaso que se deslizan lentamente, se tocan, y a veces se hacen una, acelerando luego su camino.
Nicolle se ha herido la rodilla sobre la escalera ante la premura de Miguel por levantarle la ceñida y larga falda, la que su madre le ayudó a escoger para esta ocasión. El desliza sus manos entre las nalgas de ella, esquivando su diminuta truza. Pulsa su clítoris inflamado y jugoso, delicadamente, casi con devoción. A Nicolle la rodilla le arde menos, y lo olvida todo al sentir el glande de Miguel entrando por su vagina. Sujeta de un escalón con ambas manos, zarandeándose oblicuamente, intentando mantenerse en posición y no desprenderse de Miguel en su contra compás, repite oh mi amor. Él palmotea sus nalgas y aceleran la marcha. A ella el placer le da vueltas por el cuerpo, la recorre de labios a labios. Teme que la oigan en otros pisos, pero no trata de contenerse. Grita. Miguel siente su música. Apretándole los pezones la sostiene a su gusto, complacido entre sus espasmódicos y cada vez menos adolescentes orgasmos que se suceden sin esfuerzo. Le habla al oído, sabiendo que ella lo oye y no lo oye, cada vez más enloquecida. Vuelve sobre ella. Qué me haces, oh, ooh dice Nicolle. Ha hundido la cabeza en las escaleras, y él se detiene. Continúa un poco, esperando que ella se recupere de su agotamiento, que, aunque intenso, también sabe ser efímero. Se separa de ella, sin eyacular. Nicolle va recobrando la conciencia de las cosas. Lo busca. De pronto extraña la cara de excitación de Miguel, que desearía haber visto más hoy como casi siempre; aunque le ha gustado mucho como le dio ahora en las escaleras de servicio… Él la observa desde la puerta. Nicolle termina de acomodarse. Quiere besarlo, abrazarlo, dormirse ahí con él... la puerta ha permanecido abierta. "Ven, Nicol", dice M. al desaparecer. Ella se sienta en las gradas, resintiendo la herida en la rodilla, nota que es sólo un ardoroso rasguño, preguntándose por qué amará tanto a Miguel. Al caminar por el hall ve a sus vecinos salir del ascensor. Se saludan. "¿Fiesta?". A Miguel no le hubiera molestado que ellos aparecieran cuando él la tenía semidesnuda ahí, lo sabe. Ve la puerta abierta de par en par. Entra y la cierra. Ha aprendido cómo es él, y aunque le jode un poco amarlo, así lo hace.
Claudia, Leo y Miguel conversan en la cocina. "Leo, tú estás locazo -dice Miguel- qué te vas a ir si recién son las dos". "A mí se me está volviendo eterna esta cancioncita" -acota Claudia. "Vamos a bailar, oye –le dice Nicolle, quitándole su vaso y bebiendo de el -vamos a poner esa de Pulp Fiction, esa del bailecito".
Angie fumaba un cigarrillo mirando los autos de la calle por la ventana cerrada; de vez en cuando, enfocando su propio rostro, su reflejo oscurecido. ¿Donde habían estado? Ella había hecho el amor, o tenido sexo (las opiniones estaban divididas) con Erick, pero él ya dormitaba, mal colocado. Supo que todos habían estado haciéndolo; Leo y Claudia en la cocina, Quizás los cuatro en la cocina. Sintió celos. "¿a dónde fueron?" “vamos a bailar, ven, ven pues", decía Nicolle, "esta noche recién comienza, ¿no es cierto Erik?". Él se levantó, pero pronto volvió al sofá. Nicolle ha puesto su música. Baila medio fastidiada porque Miguel lo hace con Claudia, sentado junto a la mesita de centro. Él escribe esas líneas de coca sobre el vidrio con una tarjeta y luego las borran ambos aspirándolas por un billete de diez soles enrollado. Leo no quiere más; dice, bebiendo ansiosamente. Nicolle lo queda mirando, pero su mirada se pierde en el vacío.
Claudia va al sofá. Angie se sienta a su lado. La abraza. "feliz cumpleaños cojuda" "Mmm… Te estuviste aburriendo, ¿no? tu Erick se ha quedado jatazo". "ahh". "la verdad despierto también aburre: todos los tipos aburren". Miguel protestó; “tú no tanto, ¿ya?” dijo Claudia sonriente. Nicolle no aguantó más. Dejó el baile y fue con ellos. "Miguel, hazme unas líneas", dijo. "Nicolle, ¿Estás segura?" replico Angie. Nicolle miró recelosamente a Claudia, sintiéndolas cómplices.
Luego de esparcir nuevas líneas, Miguel le dio el billete. "Que no quede nada", dijo Claudia. Nicolle recogió su cabello rubio tras una oreja para poder mirarles al hacerlo. La segunda fue más hiriente y rápida. Angie le sonreía. La habitación creció. Tuvo nuevas ganas de bailar. Miguel volvió a poner aquella terca canción.
Sus brazos se movían como rodeados de mariposas. Flexionaba las rodillas y giraba las caderas con precisión y soltura. Miguel se levantó, siguiéndola. También se levantan Claudia y Angie, contagiadas. Las canciones de ese disco pasan veloces entre líneas. Concluye el disco y vuelve a comenzar. Miguel busca "Girl, you will be a woman, soon ". Baila con Nicolle. Ve a Claudia de espaldas, conversando con Angie. Se acerca. La toma de los codos, imprimiéndole el ritmo que lleva. Giran juntos hacia Nicolle, ahora los tres se mueven por la alfombra-pista de baile.
Nicolle comienza a sentir ganas de llorar, pero sonríe. Miguel adivinándola se escurre tras de ella, con lo que la ve recuperar la confianza. Juega con el pelo de Claudia, que siente en silencio el intermitente roce-golpe-caricia de las tetas de Nicol como un calambre. Esquiva su mirada, retrocediendo, pero no mucho. Nicolle la jala de nuevo, sintiendo musitar los labios de Miguel sobre su cabeza. Pegan sus cuerpos. Miguel se deja caer en el sofá, recogiendo un vaso de la mesa. Angie se ha sentado también sobre la alfombra frente a Leo. Leo bosteza.
Las amigas ríen, la canción se va. Miguel lleva a Nicolle sobre su regazo, donde ella busca acomodarse como más le gusta, abrigándolo bajo su húmeda tibieza. Claudia ha caído cerca de Angie. Su amiga y la alfombra son lejanas suavidades que comienza a dejar de diferenciar...

La ventana abierta, los rostros de todos asomándose a verla echada, abajo, tras de volar, con un ágil asalto, por la expansión de luces del abismo, para rodar nuevamente sobre sus juguetes, como en las fotos de fiestas en que todos se asomaban para verla soplar las velas. Esta vez no le han conseguido diecisiete flamitas con que contar sus años; mejor más vodka, dijeron, y ella estuvo de acuerdo. Llora sentada en la alfombra. Angie la ve, pensando en el tiempo, en Erick. Volvía a verla llorar bajo sus largos cabellos negros. "Algo se refleja y no es tu sombra -tatarea Miguel- Nicol; ¿Nicol?" "Leo se ha dormido", dice Claudia, limpiando su cara discretamente. Toca a Angie, que, a gatas, se ha aproximado al sofá donde duermen. Se vuelve al sentir su mano. "parecen incómodos" "Miguel, haz algo". Miguel no puede moverse, Nicol cuelga de su cuello como un candado y suspira en sueños. Claudia se levanta y ayuda a Leo. La mira confundido. "vamos al baño". "Yo puedo", le responde, "yo puedo", y se acuesta junto a Erick. "tu chico está de más", le dice Angie a Claudia, que regresa. "Buen chico". "¿lo amas?". Se sabe mareada y piensa acabando con el vodka en su vaso, que amar es una trampa o una mentira; ¿por qué será?, o que el amor no existe o no lo conoce, o, como leyó en el facebook de alguien, que el amor no tiene nada que ver con el amor. “Y tú Angie, ¿has amado?”...Nicol sueña esa pasarela del Real Felipe. Está en bikini y siente frió. Le alcanzan una casaca. El frío se va, la pasarela se va. Se mira en el espejo del baño de su cuarto. Unas manos de hombre la desvisten de su pijama de franela. Se acurruca junto a él. Ahora son dos los tipos, sus primeros dillers de la U. ¿No se odiaban? Trata de no mancharles de sangre, esa que comenzó a salírsele junto con los contratos a los trece, recuerda. De nuevo las fotos la despiertan. Luce los pedacitos de tela, luego se desnuda tras los bastidores, una y otra vez, al principio temiendo ser vista, luego ha crecido, tiene diecisiete y ya le da igual, y sus padres aplauden, y cierra los ojos y sueña que no los conoce. Corre desnuda. Miguel la abraza, la protege del frío. Van del teatro a las clases de danza. Miguel se ha acostado con la instructora. Está segura de eso. Lo ve conversar con ella, mientras las demás mujeres hacen ejercicios, obedeciendo a la ayudanta. Los ve reír. Se alejan. Han ido a esconderse tras esa pared pintada de rojo. Ella puede verlos reflejados por un gran espejo. Todas las chicas pueden verlos. Se han acostado sobre las colchonetas blandas. Él la levanta y la pone a gatas. Se oyen diez flexiones más; va, nueve, va, ocho. Nicolle no puede, cierra los ojos. Se imagina con él en las escaleras de su depa, se imagina gimiendo hasta el primer piso, preocupando a la calva conserje que siempre le espía el culo, sonriente. Ellos desaparecen uno tras otro. Nicolle está segura; él no ha terminado. La clase sí. Salen por el estrecho pasillo. Hace frío y ella sólo lleva el bikini. No hay flashes ni padres ni pasarelas. Esta sola. Comienza a llover. Miguel la llama, lejano, con un abrigo de piel de gatos. Siente la cabeza de él entre sus brazos. Sorbe su saliva, pensándose una babosa y le musita al oído: Miguel, tuve un sueño. Se despereza delicadamente. Trata de ver, pero aún no despierta del todo. Ve la noche, el cielo violeta, reflejo de la luz de los edificios de enfrente, de la ciudad entera. Luego aparece la habitación, la sala, el sofá. Leo duerme, Erick duerme, ella y Miguel ocupan el sillón. Ve a Angie y a Claudia juntas bajo la ventana, en el suelo. Ve que Angie le agarra las tetas sobre la ropa a Claudia, infantiles comparados a los de Angie, y se besan brevemente. Claudia mete las manos bajo el polo de Angie, describiendo sus caderas. Sus aureolados pezones traslucen en la penumbra. Sus dedos llegan a ellos y los aprietan, haciéndoles dar un respingo. Blando erguido, como sus fuerzas de abandono. Buscan tocar sus labios. Se besan más. Angie hunde sus dedos entre el pelo de ella jalándola, se deja caer y queda acostada. Claudia le desabotona el pantalón que ella ayuda a bajar. Corren la tela de su truza. Claudia le cuenta que su sexo brilla. Vuelven a besarse y tocarse. Angie agita las caderas e intenta corresponder. Nicol se repite mentalmente "están ebrias". Mira a Miguel, dormido. Claudia acaricia a Angie, la mira con miradas de inocencia justo como ella también desea, tendida, expectante. Recordando el precipicio se desliza con los dedos dentro de Angie, quien aprieta los dientes. Los abre. Su rostro tembloroso no la mira pero le deja sentir tanta belleza que duele. Llevan los polos remangados bajo las axilas. Claudia la espía, mordiendo y besando sus pechos, saboreándole el rostro. Angie la mira temblorosa a los ojos. Pero saben que no intenta que Claudia se detenga. Nicol ha despertado por completo y mira cómo Angie baña de orgasmos la mano de Claudia. No sabe qué hacer. Miguel siente o sueña algo, está segura porque siente crecido el bulto de su bragueta ahí debajo. Se levanta. Pasa junto al equipo de música y se detiene. Pone los dedos sobre el interruptor de la luz. Las ve como en una película en cámara lenta. Se respira sexo por todos lados. Quizás por eso Miguel sueña y se excita, sentado en primera fila. No puede dejar de verlas, brillan. Se recuesta en la pared. Claudia no se detiene, sigue besándole los pechos a Angie, a pesar de que ésta ha perdido la conciencia o la ha hundido a lugares que ella no presencia. Quita la mano del interruptor, y golpea los adornos al bajar el brazo, distraída. El ruido hace reaccionar a Claudia. Ve a Miguel dormido. Se acomoda la ropa parada frente a él. Angie encontró su polo. Quiere dormir. Aun late su lengua mordida. Llama a Claudia, pero ella no voltea. Ha visto a Nicolle mirándola desde la esquina de la sala. Nicolle evitándola desaparece por la cocina. Claudia va donde Angie, quien ha vuelto a acostarse, vestida, sobre la alfombra. "mejor déjame", le dice, acurrucándose entre mantas imaginarias. Claudia ve apagarse la luz de la cocina y no duda en caminar hacia allá. Pasa junto a Miguel. No quiere hacerle ningún daño, pero finalmente le da igual: nada se interpone entre Nicol y ella. Claudia aparece por la puerta. Nicolle la esperaba temiendo que viniera tanto como que no. Bebe lo que aun quedaba de alcohol en ese vaso. Tratando de mantener su temblorosa sonrisa imagina lo que va a suceder. De pronto es ella misma quien extiende su mano y jala a Claudia. Claudia le acaricia la nuca alborotando sus sedas rubias, sintiendo que tiene el control, fascinada, y la besa. Nicol también la besa, le ayuda a pasar las manos bajo su ropa, e igual que con Miguel, hace brotar sus senos. Claudia los muerde un poco y los vuelve a lamer. Nicol siente sus besos en la punta nerviosa de su lengua y la frota contra el paladar. Cabecea buscando tocarla igual, pero duda. Claudia es más rápida, le ha desatado el faldón que ha caído en sus pies. Nicolle se trepa instintivamente sobre el repostero inferior. Claudia la toma de las rodillas, las separa y avanza su carita de angel hacia su paraíso. Nicolle se golpea la cabeza contra el filo de los estantes, estremecida. La ve. Es Claudia, es su lengua. Mira la cocina bajo sus manos, en el amanecer limeño, quieto y brumoso. Vuelve de nuevo la música: es Claudia. Recuerda a Miguel y se siente observada. Le parece verlo. Ella se levanta, notando su temblor y la besa. "no", dice Nicolle. "¿qué?". "ya no quiero". Vuelve a agacharse, pero Nicolle aprieta las piernas. Claudia retrocede desconcertada. La enfurece verla llorar. Intenta acercarse de nuevo, pero es Miguel quien ahora la detiene y la aparta. Ella vuelve a sentiré perdida. Claudia, dice Nicolle. Miguel avanza hacia ella, le levanta la cara y con la lengua comienza a capturar el agua salada que cae de sus ojos. Ella, temblando, busca el pene de Miguel, lo encuentra como más le gusta entre sus manos, lo aprieta como sopesando su presencia y sentada aun así como estaba se lo va introduciendo ella misma, acercando a Miguel con el abrazo de sus piernas. No deja de llorar, pero cambia, mezcla llantos, y a él le encanta ver cómo la va recuperando. La mueve. Se mueven. Se oye lentamente de nuevo los automóviles desperezando las calles. Claudia también llora. Ve a Nicolle feliz. Oye esos gemidos que a ella no quiso prolongarle. "te amo" escucha que se dicen, apartando la mirada. El tiempo se prolonga, es casi eterno, en el tráfico de sus emociones. Miguel se sacude en sus últimos impulsos y le derrama dentro lo de toda la noche anterior. Ambos se sonríen, frotándose las lenguas. Sin despegarse de ella Miguel arranca papel del rollo y se lo da. Ella lo besa y deja que se retire. Voltea y encuentra a Claudia hundida en la sombra del refrigerador, apartando nuevamente la vista. Se acomoda el pantalón y quiere ayudarla. Nicolle, que la ha notado también lo empuja y le dice "Por favor vete adentro, ahora vamos". "Me voy" les dice Claudia y Nicolle en silencio la acompaña al ascensor. "levántense cariños, ya es de día –dice Miguel apareciendo en la sala y sacudiendo a los chicos. -Acompañen a Claudia a comprar el pan, para tomarnos un desayuno pues". Erick sale de la bruma intentando demostrar que no ha dormido. Quizás sólo un ratito. "ya, claro", dice. Leo lo sigue automáticamente. Se meten casi enfermos al ascensor que acababa de abrirse, para sorpresa de las dos amigas. El ascensor se va.
"¿Qué te pasa, no hablé con Claudia?" "vamos, hay que dormir un poco mi amor". Nicol, confundida tanto como agotada le ayuda a desplegar el sofá-cama arrimando la mesita. va por unas frazadas y se acuestan. Antes de quedarse dormida le pregunta a Miguel ¿en verdad me amas? " claro que sí, mi loquita. Anda, durmamos. Estoy tan cansado".
La madre de Nicol también se ha levantado y camina por la sala. Se comenta lo alegres que son los amigos de su hijita, muy contenta. Se agacha a recoger un vaso que ve tirado, lo coloca en la mesita y descubre media línea de coca sobre el vidrio de la misma. La recoge en la yema de un dedo. Miguel la ve hacerlo. Ha permanecido muy quieto desde que la vio entrar. La madre se da cuenta que Angie duerme en el piso se apresura a darle una chupada a su dedo, saboreando el residuo de coca que recogió, mirando a todos con cierto reproche cómplice. Arruga un papel y lo mete al vaso, mete de todo en el vaso, cajas de cigarrillos vacías, servilletas, todo. Luego desaparece y reaparece con unas mantas para Angie. Ella despierta sobresaltada al sentir las manos que la cobijan "señora, disculpe”. Bosteza. ¿qué hora es? ¿se fueron los demás? Suena el intercomunicador. La madre va a contestar. Angie ve a la pareja dormir y nota que miguel entrecierra los ojos. “el muy pendejo", piensa. Chicos, esas caras, ay dios mio! Hola señora. Salimos a comprar cosas para el desayuno. "ya chicos, pónganlo por ahí, ay que tontos, ya vuelvo". Ella baja por el mismo ascensor. Claudia, leo y Erik entran y cierran la puerta. Angie ha puesto a calentar agua en la tetera, dejan las compras en la cocina y van a la sala. Erik saca de su bolsillo un potecito oscuro con marihuana. Sonriente les pregunta si quieren un desay-humo. Asienten. Angie se echa unas gotas de colirio en los ojos. Van rotando el pomito mientras Erik termina de armar un huiro. Vuelven a correr la lunas, encendiéndolo. Claudia voltea y no puede… se acerca a Nicol y la despierta. "oye, estamos fumando, vengan" “¿Qué? ¿Y mi mamá?". "Acaba de salir"
Se alegra de sentir que Miguel la abraza, se levanta, le alcanzan huiro y gotitas. Se estira levantando los brazos y se ríe de bostezar."hay que despertar a miguel". "No- dice Angie déjalo dormir, ese no ha pegado el ojo en toda la noche"." Lo despertamos para desayunar, ¿ya?", dice Nicol, mirándolo. Los demás miran por la ventana, ella trata de evitar que el humo que bota regrese a ella, haciendo viento con las manos. Todos la imitan hasta la burla. Angie va a apagar el fuego de la cocina, todos la siguen. Preparan los panes, se empujan, juegan, meten los que llevan queso al microondas. Claudia despierta a Miguel."ven, horrible durmiente" "es decisión popular, de esas que te gustan tanto, que desayunemos todos juntos".
Miguel se sienta, ve a todos y sonríe, les pregunta por señas si están fumados, de lo que se ríen. "malditos" les dice, sentándose junto a Nicol, saludando de paso a su mamá. Ella ha vuelto con unas compras. Leo y Angie discuten por un pan con queso y jamon que Erick coge para ella. del cuarto de los padres aparece un "happy brithday to you" y salen los dos sonrientes, llevando el papá una torta redonda con diecisiete velitas chisposas. Todos se han puesto de pie y rodean nuevamente a Claudia y le cantan feliz cumpleaños feliz… aplauden y esperan ansiosos: Claudia aspira profundamente, mira hacia arriba, mira a todos, mira las velas. Pidiendo un deseo, el de siempre, y riendo, sopla; y soplan todos, y sabe Dios a donde se habrá ido aquel cúmulo de deseos confundidos: estas malditas velas se vuelven a encender.

viernes, 29 de octubre de 2010

miércoles, 25 de agosto de 2010

Fiesta para Claudia

Claudita y Nicolle giran descalzas sobre la alfombra, disolviendo los turbios contornos de los muebles. Se empujan melódicamente, jugueteando sexys. Miguel las anima, viéndolas enredarse como los arabescos del humo de inciensos que aroman de opio la sala. Del Estéreo se expande la arrebatada cadencia de bongós y la melodía flautista traversa perseguida por un piano jazz, que, les parece a ellos, arman una rumba…
Abajo, sentados en las escaleras al pie del edificio, Erick, Angie y Leo fuman de una pipa lo más sin apuro que pueden.
Angie ve las lucecitas de Pardo bailoteando sobre los postes, fundiéndose al pavimento en el iluminado horizonte. Mira sus pezones erguidos; calurosa, feliz. Los siente desde las puntas como dos dudas que ansiaran ser absueltas por el viento que las lame. La larga noche esconde sus torpezas. Gozan lo clandestino.
Entran corriendo. El conserje, tras una puerta lateral, se oculta para que estos adolescentes no le jodan la paciencia a él. Juegan. Buscan el ascensor.
...Miguel desea que ellas continúen bailando, pero aquel toc toc ha quebrado la ilusión del momento. Claudia va a abrir la puerta. Leo entra primero y le da un beso. Ella huele y le saboréa la yerba. ¿Compraste todo lo que te pedí, no, Leo? Le pregunta…
Ahora sentada sobre Miguel, Nicolle no deja de sorber sus besos ebrios. Los chicos llevan a la cocina las compras del Santa Isabel. Nicolle señala con la puntita del piercing de su lengua a Angie sus pezones. Ella se acomoda la ropa ante el oscuro ventanal con una sonrisa cómplice. “Estás atenta” le responde Angie, sentándose. Ríen.
Miguel ve borrosamente cómo se sirven nuevos vasos y se ocupan los sofás. Bebe un trago de alcohol y frutas y saliva de la boca de donde le llueve. Cerrando los ojos acaricia a Nicolle. Ella se agita, acomodándose para frotar mejor sus sexos, montados sobre el sillón. La tibieza que aparece cuando siente que encajan es lo único que le da a ella algo de seguridad, de confianza, a esa hora crepuscular que significa la media noche para su ánimo. Miguel le recorre la espalda crispada bajo su polito beige.
Erick y Leo vuelven a reír con Angie. No se detienen. Claudia no puede hablarles, se asfixia; en especial a Leo, el muy imbécil. No deja de pensar en la cocaína que guarda en su cartuchera. Detesta aquella idea romántica que tenia para ella, para ellos. Saca la bolsita y se sienta en el piso junto a la mesa del centro. Poco a poco, uno a uno, van deteniendo sus conversaciones y volteando hacia donde ella está. Ella aspira lo que ha recogido con el borde de una tarjeta, aparentando no prestar atención a nadie. Un tiro, dos. “oye mal educada -dice Erick, de pronto- eso se hace en el baño”, “¡Claudia, ¿qué te pasa?!” le grita Nicolle en un susurro al oído, “¿te olvidaste de mis papás o nos quieres joder???". Ella sabe que Nicolle no tolera la cocaína; y más cuando es la cocaína de su mejor amiga. “ya pues Nicolle, normal; más bien, que nos invite de esa coca…” “perooo”, “Claudacha…”. Surge un rumor. Angie se aproxima a ella extendiéndole el dorso de la mano. “invita px unos ñacs”.
-Esperen.
Nicolle se coge la frente, la siente caliente. Al hacerlo ve la hora en su pequeño reloj y luego se fija en el de la pared.
-Oigan, qué tal… me parece que ya es más de medianoche, ¿no?!!
“¡Feliz cumpleaños Claaau!!”, gritaron entonces todos.
Erick la ayuda a levantarse y la abraza. Angie sirve más tragos. Es la última en darle a Claudita aquel abrazo. Miguel ha cogido la bolsita de cocaína y la observa acucioso, fingiendo no escuchar las palabras que Nicolle se empeña en colgarle del cuello; pero lo hace y le entrega la bolsita finalmente a Leo, quien con un gesto crítico recoge un poco con los dedos y aspira furiosamente, brotándole luego un gesto doloroso. “Ellos son los malos –se dice Claudia-; puta se van solos y regresan así estonazasaasos, ¿y yo?”. Leo, al ver que ella lo miraba de ese modo tan duro se acercó. Sin rencor, Claudia siente la gota amarga caer en su lengua, y la agita contra la lengua de él. “Tal vez mi Leo no lo sabía. El casi nunca fuma” se dice, prolongándose su beso. Nicolle apaga las luces del techo y enciende tres lámparas. Por sus pantallas la luz desparrama tonalidades cálidas.
“¿Piel humana?”
“…Quizás”
“No te pongas chuncha Claudia-dice Nicolle-, mira, para tí”. Miguel ha abierto un estuche de donde asoma una fruta iridiscente y aromática. “¿Tu regalo parta mí, Nicolle? volviendo ambas a abrazarse. Recuperando el entusiasmo, vuelve a ver amigos en los que absorben líneas de su cocaína sobre el vidrio de la mesa. Nicolle corre una ventana y entra junto con el aire el veloz precipicio. Ya no le preocupa tanto el riesgo de sus padres, quienes a esas alturas deben haber logrado vencer la música y quedádose dormidos. Está contenta porque Miguel no ha querido la cocaína. Todos se acercan, seducidos seguramente por aquel frescor del mar en las noches de verano. Nicolle rechaza fastidiada la punta de polvo blanco que Erick a lo lejos le ofrece. Busca en su bolsillo la pipa de piedra que le había comprado su hermana y se la da a Leo para que la llene con lo del estuche, que Claudia sostiene alegre.



Nicolle recibe la pipa otra vez. Arrojan el humo por la ventana, que se eleva por el nocturno cielo violeta del invierno limeño. Ella, Angie y Erick han intentado o querido mucho suicidarse alguna vez. Leo piensa que, cuando lo intente, él no fallará. Miguel pasa la pipa y se deja caer sobre un cojín. A lo lejos, Nicolle apaga las luces y aumenta el volumen de la música, luego lo coge y lo levanta y lo pone a bailar. Nuevos inciensos han sido encendidos y se ha cerrado la ventana. Claudia no sabe si ir a sentarse con los espectadores en la reciente oscuridad, o volver a bailar tras de Nicolle, ir a prenderse de su cintura al borde de su lacrimógeno placer, o si tal vez aventarse al vacío, volar los doce pisos ahora que nadie la nota. Pero le han corrido la ventana.
-¿Para eso fumas?
Miguel comprende en una olfateada las miradas de Nicolle. La abraza y siguen bailando muy arrechamente. Angie mira a Erik concentrado en el baile de Nicolle y no en sus dolidos pezones.
Va al baño. Le costó levantarse del sofá; le cuesta alejarse de Erick y encontrar el camino correcto. Pasa junto al equipo de sonido y voltea a ver a la pareja. Siente ganas de apagar la música, pero no ve exactamente cómo hacerlo. Con un buen golpe bastaría, se dice, siguiendo hacia el baño. Cierra tras ella la puerta, sin encender la luz. Se limpia la nariz, tratando de ubicarse en el espejo. A oscuras se siente más bella. Mira sus senos, nostálgica. Los palpa. Enciende la luz. la apaga. Esta vez se levanta el polo y los hace brotar sobre el brassiere. Los recorre con la yema de sus dedos por las curvas. Va a encender la luz, cuando siente que intentan abrir y luego llaman a la puerta. Se reacomoda y la enciende. Es Leo. Cruzan miradas, pero es la de Angie la que queda suspendida en el vacío al cerrarse la puerta detrás de él. En la penumbra del pasadizo, se dice que de nada le sirve ser tan bella con tremendo marica. Leo se lava las manos; las seca bien. Su cocaína es más pura que la que le han vendido a Claudia, cree. Inhala mirándose hacerlo en el espejo. Sus orejas; no le gustan. Sonríe. Recoge con el dedo los rastros del polvo blanco impregnados alrededor de sus fosas nasales y los pega a su lengua, saboreando. Se acomoda, rudo, el paquete de la bragueta. Su boca; tampoco le gusta su boca. Desabrocha su pantalón y busca su arrugado pene. Lo estira todo lo que puede para ver su reflejo, se empina. Intenta mantener el equilibrio, recuperando las nauseas que le habían llevado ahí. Sobre el retrete se rasca insistente, sonriéndose, arrepentido.
Miguel le aconsejaba a Erick que ya no siguiera tomando; Y pues, tampoco la cocaína le sentaba bien. A nadie le sentaba bien por la puta madre, replicaba Erick, justo cuando aparecía Angie, a quien, para agrado y sorpresa de ella y de alguno más ahí, Erick jaló sobre sus piernas. Angie entre sorprendida y avergonzada, se deja besar. Claudia, ahora, baila sola. Lleva un ritmo tan intenso... Nicolle llama a Miguel. Se lo lleva por la cocina. Salen al hall de los ascensores. Se besan oyendo la música lejana, lascivamente. Miguel le remanga el top que lleva sobre sus hermosos y saludables pechos, que siempre reciben el vacío con aquel afiebrado temblor. Se los lleva a la boca, los lame, los acaricia y los retuerce. Nicolle lo detiene sonriente y lo guía hacia las escaleras de servicio.
Claudia se piensa una perdida. No percibe a nadie tras de la canción. Desea a Leo, a Nicolle, a Miguel; también desea no estar ahí, caminando hacia el baño. Abre la puerta, sin seguro y Leo, quien demora en verla unos segundos, queda luego pasmado por el horror. Él va a decir algo, va a… pero ella ya ha cerrado y camina rumbo a la cocina. Leo intenta reponerse. Se sube la ropa intentando no mirar hacia la puerta. Se lava las manos frotando con euforia los dedos que se había estado metiendo al culo, lamentándose de su abyección, -Leo, si no estuvieras tan loco cagado- retoriza, pero aún los ve haciendo lo que hacían, de reojo, en el espejo, cuando Claudia lo descubrió.
-Mierda, qué borrachos están todos. –se dice Claudia, como después de un sismo, como en un desmayo híper lúcido, sin ganas de llorar. Mira su propio agujero en el vaso que por suerte ha conseguido. Se siente extraña "no, mierda no", opina, y se ríe. Recuerda apenada la imagen de Leo acuclillado sobre el retrete, gozando disforzadamente del reflejo de su martirio. Él aparece balbuceante en la cocina. Trata de hablar. Se muerde la lengua, enloquecida por la abundante dosis de coca que necesitó para salir. Claudia lo deja hablar, concentrada en unas burbujas del vaso que se deslizan lentamente, se tocan, y a veces se hacen una, acelerando luego su camino al espacio exterior.
Nicolle se ha herido la rodilla sobre la escalera ante la premura de Miguel por levantarle la ceñida y larga falda, la que su madre le ayudó a escoger para esta ocasión. El desliza sus manos entre las nalgas de ella, esquivando su diminuta truza. Pulsa su clítoris inflamado y jugoso, delicadamente, casi con devoción. A Nicolle la rodilla le arde menos, y lo olvida todo al sentir el glande de Miguel entrando por su vagina. Sujeta de un escalón con ambas manos, zarandeándose oblicuamente, intentando mantenerse en posición y no desprenderse de Miguel en su contra compás, repite oh mi amor. Él palmotea sus nalgas y aceleran la marcha. A ella el placer le da vueltas por el cuerpo, la recorre de labios a labios. Teme que la oigan en otros pisos, pero no trata de contenerse. Grita. Miguel siente su música. Apretándole los pezones la sostiene a su gusto, complacido entre sus espasmódicos y cada vez menos adolescentes orgasmos que se suceden sin esfuerzo. Le habla al oído, sabiendo que ella lo oye y no lo oye, cada vez más enloquecida. Vuelve sobre ella. Qué me haces, oh, ooh dice Nicolle. Ha hundido la cabeza en las escaleras, y él se detiene. Continúa un poco, esperando que ella se recupere de su agotamiento, que, aunque intenso, también sabe ser efímero. Se separa de ella, sin eyacular. Nicolle va recobrando la conciencia de las cosas. Lo busca. De pronto extraña la cara de excitación de Miguel. Desearía haberlo visto más hoy como casi siempre; aunque le ha gustado mucho así, como ahora en las escaleras de servicio… Él la observa desde la puerta. Nicolle termina de acomodarse. Quiere besarlo, abrazarlo, dormirse ahí con él... la puerta ha permanecido abierta. "Ven, Nicol", dice M. al desaparecer. Ella se sienta en las gradas, resintiendo la herida en la rodilla, nota que es sólo un ardoroso rasguño, preguntándose por qué amará tanto a Miguel. Al caminar por el hall ve a sus vecinos salir del ascensor. Se saludan. "¿Fiesta?". A Miguel no le hubiera molestado que ellos aparecieran cuando él la tenía semidesnuda ahí, lo sabe. Ve la puerta abierta de par en par. Entra y la cierra. Ha aprendido cómo es él, y aunque le jode un poco amarlo, así lo hace.
Claudia, Leo y Miguel conversan en la cocina. "Leo, tú estás locazo -dice Miguel- qué te vas a ir si recién son las dos". "A mí se me está volviendo eterna esta cancioncita" -acota Claudia. "Vamos a bailar, oye –le dice Nicolle, quitándole su vaso y bebiendo de el -vamos a poner esa de Pulp Fiction, esa del bailecito".
Angie fumaba un cigarrillo mirando los autos de la calle por la ventana cerrada; de vez en cuando, enfocando su propio rostro, su reflejo oscurecido. ¿Donde habían estado? Ella había hecho el amor, o tenido sexo a medias (las opiniones estaban divididas, sólo se la había chupado) con Erick, pero él ya dormitaba, mal colocado. Supo que todos habían estado haciéndolo; Leo y Claudia en la cocina, Quizás los cuatro en la cocina. Sintió celos. "¿a dónde fueron?" “vamos a bailar, ven, ven pues", decía Nicolle, "esta noche recién comienza, ¿no es cierto Erik?". Él se levantó, pero pronto volvió al sofá.
Nicolle ha puesto su música. Baila medio fastidiada porque Miguel lo hace con Claudia, sentado junto a la mesita de centro. Él escribe esas líneas de coca sobre el vidrio con una tarjeta y luego las borran ambos aspirándolas por un billete de diez soles enrollado. Leo no quiere más; dice, bebiendo ansiosamente. Nicolle lo queda mirando, pero la mirada de él se pierde en el vacío.
Claudia va al sofá. Angie se sienta a su lado. La abraza. "feliz cumpleaños cojuda" "Mmm… Te estuviste aburriendo, ¿no? tu Erick se ha quedado jatazo". "ahh". "la verdad despierto también aburre: todos los tipos aburren". Miguel protestó; “tú no tanto, ¿ya?” dijo Claudia sonriente. Nicolle no aguantó más. Dejó el baile y fue con ellos. "Miguel, hazme unas líneas", dijo. "Nicolle, ¿Estás segura?" replico Angie. Nicolle miró recelosamente a Claudia, sintiéndolas cómplices.
Luego de esparcir nuevas líneas, Miguel le dio el billete. "Que no quede nada", le dijo Claudia. Nicolle recogió su cabello rubio tras una oreja para poder mirarles al hacerlo. La segunda fue más hiriente y rápida. Angie le sonreía. La habitación creció. Tuvo nuevas ganas de bailar. Miguel volvió a poner aquella terca canción.
Sus brazos se movían como rodeados de mariposas. Flexionaba las rodillas y giraba las caderas con precisión y soltura. Miguel se levantó, siguiéndola. También se levantan Claudia y Angie, contagiadas. Las canciones de ese disco pasan veloces entre líneas. Concluye el disco y vuelve a comenzar. Miguel busca "Girl, you will be a woman, soon ". Baila con Nicolle. Ve a Claudia de espaldas, conversando con Angie. Se acerca. La toma de los codos, imprimiéndole el ritmo que lleva. Giran juntos hacia Nicolle, ahora los tres se mueven por la alfombra-pista de baile.
Nicolle comienza a sentir ganas de llorar, pero sonríe. Miguel adivinándola se escurre tras de ella, con lo que la ve recuperar la confianza. Juega con el pelo de Claudia, que siente en silencio el intermitente roce-golpe-caricia de las tetas de Nicol como un calambre. Esquiva su mirada, retrocediendo, pero no mucho. Nicolle la jala de nuevo, sintiendo musitar los labios de Miguel sobre su cabeza. Pegan sus cuerpos. Miguel se deja caer en el sofá, recogiendo un vaso de la mesa. Angie se ha sentado también sobre la alfombra frente a Leo. Leo bosteza.
Las amigas ríen, la canción se va. Miguel lleva a Nicolle sobre su regazo, donde ella busca acomodarse como más le gusta, abrigándolo bajo su húmeda tibieza. Claudia ha caído cerca de Angie. Su amiga y la alfombra son lejanas suavidades que comienza a dejar de diferenciar...

La ventana abierta. Los rostros de todos asomándose a verla echada, abajo, tras de volar, con un ágil asalto, por la expansión de luces del abismo, para rodar nuevamente sobre sus juguetes; como en las fotos de fiestas en que todos se asomaban para verla soplar las velas. Esta vez no le han conseguido diecisiete flamitas con que contar sus nuevos años; mejor más vodka, dijeron, y ella estuvo de acuerdo. Llora sentada en la alfombra. Angie la ve, pensando en el tiempo, en Erick. Volvía a verla llorar bajo sus largos cabellos negros. "Algo se refleja y no es tu sombra -tatarea Miguel- Nicol; ¿Nicol?" "Leo se ha dormido", dice Claudia, limpiando su cara discretamente. Toca a Angie, quien, a gatas, se ha aproximado al sofá donde duermen. Ella se vuelve al sentir su mano. "parecen incómodos" "Miguel, haz algo" dice ella. Miguel no puede moverse, Nicolle cuelga de su cuello como un candado y suspira en sueños. Claudia se levanta y ayuda a Leo. La mira confundido. "vamos al baño". "Yo puedo", le responde, "yo puedo", y se acuesta junto a Erick.
"Tu chico está de más", le dice Angie a Claudia, que regresa. "Buen chico". "¿lo amas?". Se sabe mareada y piensa acabando con el vodka en su vaso, que amar es una trampa o una mentira; ¿por qué será?, o que el amor no existe o no lo conoce, o, como leyó en el nickname de alguien, que el amor no tiene nada que ver con el amor. “Y tú Angie, ¿has amado?”...Nicol sueña, se ve en esa pasarela del Real Felipe. Está en bikini y siente frió. Le alcanzan una casaca. El frío se va, la pasarela se va. Se mira en el espejo del baño de su cuarto. Unas manos de hombre la desvisten de su pijama de franela. Se acurruca junto a él. Ahora son dos los tipos, son sus primeros dillers. ¿No se odiaban? Trata de no mancharles de sangre, esa que comenzó a salírsele junto con los contratos a los trece, recuerda. De nuevo las fotos la despiertan. Luce los pedacitos de tela, luego se desnuda tras los bastidores, una y otra vez, al principio temiendo ser vista, luego ha crecido, tiene dieciseis y ya le da igual, y sus padres aplauden, y cierra los ojos y sueña que no los conoce. Corre desnuda. Miguel la abraza, la protege del frío. Van del teatro a las clases de danza. Miguel se ha acostado con la instructora. Está segura de eso. Lo ve conversar con ella, mientras las demás mujeres hacen ejercicios, obedeciendo a la ayudanta. Los ve reír. Se alejan. Han ido a esconderse tras esa pared pintada de rojo. Ella puede verlos reflejados por un gran espejo. Todas las chicas pueden verlos. Se han acostado sobre las colchonetas blandas. Él la levanta y la pone a gatas. Se oyen diez flexiones más; va, nueve, va, ocho. Nicolle no puede, cierra los ojos. Se imagina con él en las escaleras de su depa, se imagina gimiendo hasta el primer piso, preocupando a la calva conserje que siempre le espía el culo, sonriente. Ellos desaparecen uno tras otro. Nicolle está segura; él no ha terminado. La clase sí. Salen por el estrecho pasillo. Hace frío y ella sólo lleva el bikini. No hay flashes ni padres ni pasarelas. Esta sola. Comienza a llover. Miguel la llama, lejano, con un abrigo de piel de gatos. Siente la cabeza de él entre sus brazos. Sorbe su saliva, pensándose una babosa y le musita al oído: Miguel, tuve un sueño. Se despereza delicadamente. Trata de ver, pero aún no despierta del todo. Ve la noche, el cielo violeta, reflejo de la luz de los edificios de enfrente, de la ciudad entera. Luego aparece la habitación, la sala, el sofá. Leo duerme, Erick duerme, ella y Miguel ocupan el sillón. Ve a Angie y a Claudia juntas bajo la ventana, en el suelo. Ve que Angie le agarra los pechos sobre la ropa a Claudia, infantiles comparados a los de Angie, y se besan brevemente. Claudia mete las manos bajo el polo de Angie, describiendo sus caderas. Sus aureolados pezones traslucen en la penumbra. Sus dedos llegan a ellos y los aprietan, haciéndoles dar un respingo. Blando erguido, como sus fuerzas de abandono. Buscan tocar sus labios. Se besan más. Angie hunde sus dedos entre el pelo de ella jalándola, se deja caer y queda acostada. Claudia le desabotona el pantalón que ella ayuda a bajar. Corren la tela de su truza. Claudia le cuenta que su sexo brilla. Vuelven a besarse y tocarse. Angie agita las caderas e intenta corresponder. Nicol se repite mentalmente "están ebrias". Mira a Miguel, dormido. Claudia acaricia a Angie, la mira con miradas de inocencia justo como ella también desea, tendida, expectante. Recordando el precipicio se desliza con los dedos dentro de Angie, quien aprieta los dientes. Los abre. Su rostro tembloroso no la mira pero le deja sentir tanta belleza que duele. Llevan los polos remangados bajo las axilas. Claudia la espía, mordiendo y besando sus pechos, saboreándole el rostro. Angie la mira temblorosa a los ojos. Pero saben que no intenta que Claudia se detenga. Nicol ha despertado por completo y mira cómo Angie baña de orgasmos la mano de Claudia. No sabe qué hacer. Miguel siente o sueña algo, está segura porque siente crecido el bulto de su bragueta ahí debajo. Se levanta. Pasa junto al equipo de música y se detiene. Pone los dedos sobre el interruptor de la luz. Las ve como en una película en cámara lenta. Se respira sexo por todos lados. Quizás por eso Miguel sueña y se excita, sentado en primera fila. No puede dejar de verlas, brillan. Se recuesta en la pared. Claudia no se detiene, sigue besándole los pechos a Angie, a pesar de que ésta ha perdido la conciencia o la ha hundido a lugares que ella no presencia. Quita la mano del interruptor, y golpea los adornos al bajar el brazo, distraída. El ruido hace reaccionar a Claudia. Ve a Miguel dormido. Se acomoda la ropa parada frente a él. Angie encontró su polo. Quiere dormir. Aun late su lengua mordida. Llama a Claudia, pero ella no voltea. Ha visto a Nicolle mirándola desde la esquina de la sala. Nicolle evitándola desaparece por la cocina. Claudia va donde Angie, quien ha vuelto a acostarse, vestida, sobre la alfombra. "mejor déjame", le dice, acurrucándose entre mantas imaginarias. Claudia ve apagarse la luz de la cocina y no duda en caminar hacia allá. Pasa junto a Miguel. No quiere hacerle ningún daño, pero finalmente le da igual: nada se interpone entre Nicol y ella. Claudia aparece por la puerta. Nicolle la esperaba temiendo que viniera tanto como que no. Bebe lo que aun quedaba de alcohol en ese vaso. Tratando de mantener su temblorosa sonrisa imagina lo que va a suceder. De pronto es ella misma quien extiende su mano y jala a Claudia. Claudia le acaricia la nuca alborotando sus sedas rubias, sintiendo que tiene el control, fascinada, y la besa. Nicol también la besa, le ayuda a pasar las manos bajo su ropa, e igual que con Miguel, hace brotar sus senos. Claudia los muerde un poco y los vuelve a lamer. Nicol siente sus besos en la punta nerviosa de su lengua y la frota contra el paladar. Cabecea buscando tocarla igual, pero duda. Claudia es más rápida, le ha desatado el faldón que ha caído a sus pies. Nicolle se trepa instintivamente sobre el repostero inferior. Claudia la toma de las rodillas, las separa y avanza su carita de angel hacia aquel paraíso. Nicolle se golpea la cabeza contra el filo de los estantes, estremecida. La ve. Es Claudia, es su lengua. Mira la cocina bajo sus manos, en el amanecer limeño, quieto y brumoso. Vuelve de nuevo la música: es Claudia. Recuerda a Miguel y se siente observada. Le parece verlo. Ella se levanta, notando su temblor y la besa. "no", dice Nicolle. "¿qué?". "ya no quiero". Vuelve a agacharse, pero Nicolle aprieta las piernas. Claudia retrocede desconcertada. La enfurece verla llorar. Intenta acercarse de nuevo, pero es Miguel quien ahora la detiene y la aparta. Ella vuelve a sentirse perdida. Claudia, dice Nicolle. Miguel avanza hacia ella, le levanta la cara y con la lengua comienza a capturar el agua salada que cae de sus ojos. Ella, temblando, busca el pene de Miguel, lo encuentra como más le gusta entre sus manos, lo aprieta como sopesando su presencia y sentada aun así como estaba se lo va introduciendo ella misma, acercando a Miguel con el abrazo de sus piernas. No deja de llorar, pero cambia, mezcla llantos, y a él le encanta ver cómo la va recuperando. La mueve. Se mueven. Se oye lentamente de nuevo los automóviles desperezando las calles. Claudia también llora. Ve a Nicolle feliz. Oye esos gemidos que a ella no quiso prolongarle. "te amo" escucha que se dicen, apartando la mirada. El tiempo se prolonga, es casi eterno, en el tráfico de sus emociones. Miguel se sacude en sus últimos impulsos y le derrama dentro lo de toda la noche anterior. Ambos se sonríen, frotándose las lenguas. Sin despegarse de ella Miguel arranca papel del rollo y se lo da. Ella lo besa y deja que se retire. Voltea y encuentra a Claudia hundida en la sombra del refrigerador, apartando nuevamente la vista. Se acomoda el pantalón y quiere ayudarla. Nicolle la ha notado también y lo empuja y le dice "Por favor vete adentro, ahora vamos". "Me voy" les dice Claudia y Nicolle en silencio la acompaña al ascensor. "levántense cariños, ya es de día –dice Miguel apareciendo en la sala y sacudiendo a los chicos. -Acompañen a Claudia a comprar el pan, para tomarnos un desayuno pues". Erick sale de la bruma intentando demostrar que no ha dormido. Quizás sólo un ratito. "ya, claro", dice. Leo lo sigue automáticamente. Se meten casi enfermos al ascensor que acababa de abrirse, para sorpresa de las dos amigas. El ascensor se va.
"¿Qué te pasa?, no hablé con Claudia" "vamos, hay que dormir un poco mi amor". Nicolle, confundida tanto como agotada le ayuda a desplegar el sofá-cama arrimando la mesita. va por unas frazadas y se acuestan. Antes de quedarse dormida le pregunta a Miguel ¿en verdad me amas? "claro que sí, mi loquita. Anda, durmamos. Estamos tan cansados".
La madre de Nicol también se ha levantado y camina por la sala. Se dice lo alegres que son los amigos de su hijita, muy contenta. Se agacha a recoger un vaso que ve tirado. Lo coloca en la mesita y descubre media línea de coca sobre el vidrio de la misma. La recoge en la yema de un dedo. Miguel la ve hacerlo. Ha permanecido muy quieto desde que la vio entrar. La madre se da cuenta que Angie duerme en el piso. Se apresura a darle una chupada a su dedo, saboreando el residuo de polvo blanco, mirando a todos con cierto reproche cómplice. Arruga un papel y lo mete al vaso, mete de todo en el vaso, cajas de cigarrillos vacías, servilletas, todo. Luego desaparece y reaparece con unas mantas para Angie. Ella despierta sobresaltada al sentir las manos que la cobijan "señora, disculpe”. Bosteza. ¿qué hora es? ¿se fueron los demás? Suena el intercomunicador. La madre va a contestar. Angie ve a la pareja dormir y nota que miguel entrecierra los ojos. “el muy pendejo", piensa. Chicos, esas caras, ay dios mio! Hola señora. Salimos a comprar cosas para el desayuno. "ya nenes, póngan eso por ahí, ay que tontos, ya vuelvo". Ella baja por el mismo ascensor. Claudia, leo y Erik entran y cierran la puerta. Angie ha puesto a calentar agua en la tetera, dejan las compras en la cocina y van a la sala. Erik saca de su bolsillo un potecito oscuro con marihuana. Sonriente les pregunta si quieren un desayhumo. Asienten. Angie se echa unas gotas de colirio en los ojos. Van rotando el pomito mientras Erik termina de rellenar su pipa bala. Vuelven a correr la lunas. Claudia voltea y no puede, nunca puede… se acerca a Nicolle y la despierta. "oye, estamos fumando, vengan" “¿Qué? ¿Y mi mamá?". "Acaba de salir"
Se alegra de sentir que Miguel la abraza. Se levanta, le alcanzan bala y gotitas. Se estira levantando los brazos y se ríe de bostezar."hay que despertar a miguel". "No- dice Angie, déjalo dormir, ese no ha pegado el ojo en toda la noche"." Lo despertamos para desayunar, ¿ya?", dice Nicol, mirándolo. Los demás miran por la ventana, ella trata de evitar que el humo que bota regrese a ella, haciendo viento con las manos. Todos la imitan hasta la burla. Angie va a apagar el fuego de la cocina, todos la siguen. Preparan los panes, se empujan, juegan, meten los que llevan queso al microondas. Claudia despierta a Miguel. "Ven, horrible durmiente" "es decisión popular, de esas que te gustan tanto, que desayunemos todos juntos".
Miguel se sienta, ve a todos y sonríe, les pregunta por señas si están fumados, de lo que se ríen. "malditos" les dice, sentándose junto a Nicolle, saludando de paso a su mamá. Ella ha vuelto con paquetes de compras. Leo y Angie discuten por un pan con queso y jamon que Erick coge para ella. Del cuarto de los padres aparece luego un "happy brithday to you" y salen ambos sonrientes, llevando el papá una torta redonda con diecisiete chisposas velitas. Todos se han puesto de pie y rodean nuevamente a Claudia y le cantan feliz cumpleaños feliz… aplauden y esperan ansiosos: Claudia aspira profundamente, mira hacia arriba, mira a todos, mira las velas. Pidiendo un deseo, el de siempre, y riendo, sopla; y soplan todos, y sabe Dios a donde se habrá ido aquel cúmulo de deseos confundidos: estas malditas velas se vuelven a encender.

lunes, 28 de junio de 2010

los cuentos mas viejos!

MELODÍA DEL MARTES CAVERNOSO

Y la guitarra sigue sonando en el café alborotado y bullicioso en el que te has metido. Tu cerveza espera paciente en el vaso, añorando su botella tanto como tú añoras a Isabel...
Apoyas la cara sobre tu puño cerrado y te concentras en la chica que toca la guitarra. Toca sin mirar al público, como recordando entre su pelo largo negro ensortijado las cosas que inspiraban sus melodías. Te parece ver en ella algo que siempre ves en ti, nostalgia. Sientes que el tiempo va perdiendo continuidad, pues ha dejado de tocar.
Ella, luego de agradecer unos tísicos aplausos, desapareció para los ojos de todos; menos para los tuyos, que sí la vieron reprimir su llanto mientras se dirigía a una mesa que la esperaba con dos copas y vacía. Te recuerda todas las veces que fuiste solo al cine, y te sentaste en una butaca del medio con la esperanza (ilusa) de que alguna chica, tan conmovida como tú, y tan sola como tú, se acercara al final de la película para darte un beso de amor y anunciarte al oído que esta vez no caminarías solo bajo la noche, intentando no envidiar a las parejas que salen del cine junto contigo; recuerdas también las cartas cada vez más frías de Isabel y su sonrisa tranquila por sobre todas las cosas. Decides ir junto a ella. Caminas por entre las mesas, inventando excusas y esquivando carteras. Te detienes. Te sientas. Le coges la mano. Ella levanta la mirada, sorprendida; pero entiende. También te esperaba, como en todos esos cines. Acerca su rostro sin explicaciones al tuyo, y le da un beso eterno a tu boca, para decirte luego su nombre; y tú le cuentas todo, que quisieras abrazarla como nunca podrás hacerlo. Ya no puede reprimir sus lágrimas; sin embargo, esboza una sonrisa absurda, melancólica. Te vuelve a besar, esta vez más cálidamente, y sabes que podrías llevarla a cualquier sitio esta noche, y todas las demás si quisieras, y ella te acompañaría gustosa… pero no puedes, porque es martes y has venido sólo a escucharla tocar. Así que apoyas la cara en el otro puño, miras tu cerveza (ya tibia) y cierras fastidiado y triste los ojos al verla sonreír invulnerable sobre el escenario, bajo la algarabía de los muchísimos aplausos, y tu terrible soledad.

CRISIS DE CATORCE PASOS

Mierda, se dice, arrastrando un pie sobre el asfalto. Alguien seguramente la ve caminar por el solitario invierno sujetando su abrigo, deseando quizás gozar de sus blanduras y sus vicios aprovechando la calle desierta; la aparente calma, sus caderas. Sin embargo, se desliza solitaria entre anuncios que el tiempo distorsiona. Fantasmas ciudadanos exhalan su laconismo desde las vitrinas que los dibujan. Nadie siente a nadie. La muchacha lleva los ojos abiertos, busca algo y sólo sabe que lo encontrará si sigue alejándose de su último pensamiento (su último pensamiento). Acelera la mirada, ávida de estímulos; esquiva la voracidad de los silencios. Recuerda, y quiere no hacerlo ante esta ciudad que la niega y la devuelve, que se hace cada vez más vulnerable a las pulsaciones semiconscientes que le producen el andar, caminando por las autopistas, los taxis de neón saltan por encima de su ceguera. La ciudad se prolonga eterna e indiferente. Ella avanza sin presagiar su inevitable destino, ser presa de las sombras que desea; no ve que no es la única que camina en la ciudad desierta, extraviada, mirando la llovizna impregnada en su pelo, como se impregnan las calles de miradas al anochecer...

Los ojos reaccionan
La muchacha tendida sobre el pasto
...levanta el mediodía su sol infernal
- No.
Y las manos siguieron recorriéndola
-(estoy aquí)
los dedos hurgaron
la encontraron
Solo conmigo
y el sol
y el beso
y la comezón en las piernas

DE NOCHE
Y sin darme cuenta he quedado nuevamente solo; como aquella vez, como hoy Ángela, que te levantaste gritándome imbécil, cogiste tu saquito azul marino... no, no; verde, Andrea, y corriste hacia la calle desierta, yendo quién sabe a donde, porque nunca te seguí Andrea; esperen, digo, Ángela, de ojitos tiernos y labios jugosos. Y es curiosamente patético lo parecido de aquel lugar con este, ¿no? que las dos me dejaran tan sentado, y con estas ambiguas ganas de gritar; porque Andrea, yo te amé. Lástima que no me creyeras entonces, ni ahora lo puedas comprender, porque sigo siendo, a tu pesar, un soñador sin norte fijo; sigo siendo: "Un coqueto con cuanta chica se te cruza por enfrente Daniel, sin que te importe que yo esté a tu lado. Sabes que me molesta que estés abrazando a la gringa esa, y no vengas nuevamente a decirme que son sólo amigos, porque Daniel, yo nunca te cuestioné las excusas que inventaste; sí, in-ven-tas-te aquella vez de la fiesta. No sé por qué. Pero mira que no soy ninguna tonta y todo esto, te digo, ya me está molestando mucho, y no lo aguanto más. ¿Qué vas a decir?"... Así, ante mi silencio, te fuiste, Andrea, con apresurados golpes de taco sobre las losetas húmedas de la misma calle en que por primera vez te vi, Ángela, comprando aquel libro, uno que hacía semanas veníamos codiciando mis ahorros y yo, y que sentíamos tan lejano, que no se me ocurrió de otra mas que pedírtelo prestado cuando, días después, nos conocimos en clase. Y, ya ves, se me acabó la cerveza, con la cual aún debiéramos estar celebrando nuestro primer aniversario; pero ahí viene la siguiente cerveza, y te veo venir, lindísima, a reclamarme tu libro, que ya ni recuerdo cual era, el día de una fiesta en casa de mis padres. Resulta que tus padres son amiguisisísimos de los míos; y qué casualidad volver a vernos aquí, para mí tercera vez, para ti segunda… “¿Y por qué de tanto encuentro y encuentro no organizamos uno serio? A ver si resulta eso de ojos que no ven, corazón que no siente, con el enamorado ese que andas mencionando entre trago y trago, Angelita”; “A ver si me tomas de la mano y me sacas a bailar, Daniel, que ya me está dando frío”, dijiste. Como siempre, me fui hasta el codo, y no nos volvimos a separar, Ángela linda, hasta esta noche en que no te sigo porque sé que ya no estas ni estarás, porque te fuiste diciendo que nunca cambiaría, que siempre sería un mediocre persiguiendo inalcanzables; porque, “realmente no eres bueno en nada de lo que haces, Daniel, ni tocando tu guitarra, ni escribiendo tus poemas, ni fingiéndote mal intelectual para impresionar a nadie, porque nadie te tomaba en cuenta, excepto yo, hasta hoy. Y mírame bonito, y recuérdame, que no me vuelves a ver, por idiota, porque tampoco sabes querer, haha, una más para la lista de fracasos. Yo no soy tan delicada como Andrea, ni parezco tan sensible. Quizás por que no soy ella, y que pena que recién ahora que te lo grito y pones así lo ojos te vayas dando cuenta; pero tarde, que si en algo me parezco a la tal esa, es en que te dejo como te dejó ella, que seguro fue la misma cara de cojudo que tienes ahorita, imbécil”, “Ángela, ¡te vas a la mierda!” también te fuiste y ni me di cuenta en qué momento comencé a quedarme tan solo, y sin aparente final feliz; pero no tanto como para llorar, esto es sudor, no confundir. Aquí dentro hace mucho sol, mejor salgo a la calle, que es de noche, y no hay tanto barullo. Además la cerveza se acabó. Quiero estar solo; morir un poco por Andrea, otro poco por Ángela, e imaginar hasta la mañana, por los bares donde nadie me ve, que ellas también mueren de amor.