lunes, 28 de junio de 2010

los cuentos mas viejos!

MELODÍA DEL MARTES CAVERNOSO

Y la guitarra sigue sonando en el café alborotado y bullicioso en el que te has metido. Tu cerveza espera paciente en el vaso, añorando su botella tanto como tú añoras a Isabel...
Apoyas la cara sobre tu puño cerrado y te concentras en la chica que toca la guitarra. Toca sin mirar al público, como recordando entre su pelo largo negro ensortijado las cosas que inspiraban sus melodías. Te parece ver en ella algo que siempre ves en ti, nostalgia. Sientes que el tiempo va perdiendo continuidad, pues ha dejado de tocar.
Ella, luego de agradecer unos tísicos aplausos, desapareció para los ojos de todos; menos para los tuyos, que sí la vieron reprimir su llanto mientras se dirigía a una mesa que la esperaba con dos copas y vacía. Te recuerda todas las veces que fuiste solo al cine, y te sentaste en una butaca del medio con la esperanza (ilusa) de que alguna chica, tan conmovida como tú, y tan sola como tú, se acercara al final de la película para darte un beso de amor y anunciarte al oído que esta vez no caminarías solo bajo la noche, intentando no envidiar a las parejas que salen del cine junto contigo; recuerdas también las cartas cada vez más frías de Isabel y su sonrisa tranquila por sobre todas las cosas. Decides ir junto a ella. Caminas por entre las mesas, inventando excusas y esquivando carteras. Te detienes. Te sientas. Le coges la mano. Ella levanta la mirada, sorprendida; pero entiende. También te esperaba, como en todos esos cines. Acerca su rostro sin explicaciones al tuyo, y le da un beso eterno a tu boca, para decirte luego su nombre; y tú le cuentas todo, que quisieras abrazarla como nunca podrás hacerlo. Ya no puede reprimir sus lágrimas; sin embargo, esboza una sonrisa absurda, melancólica. Te vuelve a besar, esta vez más cálidamente, y sabes que podrías llevarla a cualquier sitio esta noche, y todas las demás si quisieras, y ella te acompañaría gustosa… pero no puedes, porque es martes y has venido sólo a escucharla tocar. Así que apoyas la cara en el otro puño, miras tu cerveza (ya tibia) y cierras fastidiado y triste los ojos al verla sonreír invulnerable sobre el escenario, bajo la algarabía de los muchísimos aplausos, y tu terrible soledad.

CRISIS DE CATORCE PASOS

Mierda, se dice, arrastrando un pie sobre el asfalto. Alguien seguramente la ve caminar por el solitario invierno sujetando su abrigo, deseando quizás gozar de sus blanduras y sus vicios aprovechando la calle desierta; la aparente calma, sus caderas. Sin embargo, se desliza solitaria entre anuncios que el tiempo distorsiona. Fantasmas ciudadanos exhalan su laconismo desde las vitrinas que los dibujan. Nadie siente a nadie. La muchacha lleva los ojos abiertos, busca algo y sólo sabe que lo encontrará si sigue alejándose de su último pensamiento (su último pensamiento). Acelera la mirada, ávida de estímulos; esquiva la voracidad de los silencios. Recuerda, y quiere no hacerlo ante esta ciudad que la niega y la devuelve, que se hace cada vez más vulnerable a las pulsaciones semiconscientes que le producen el andar, caminando por las autopistas, los taxis de neón saltan por encima de su ceguera. La ciudad se prolonga eterna e indiferente. Ella avanza sin presagiar su inevitable destino, ser presa de las sombras que desea; no ve que no es la única que camina en la ciudad desierta, extraviada, mirando la llovizna impregnada en su pelo, como se impregnan las calles de miradas al anochecer...

Los ojos reaccionan
La muchacha tendida sobre el pasto
...levanta el mediodía su sol infernal
- No.
Y las manos siguieron recorriéndola
-(estoy aquí)
los dedos hurgaron
la encontraron
Solo conmigo
y el sol
y el beso
y la comezón en las piernas

DE NOCHE
Y sin darme cuenta he quedado nuevamente solo; como aquella vez, como hoy Ángela, que te levantaste gritándome imbécil, cogiste tu saquito azul marino... no, no; verde, Andrea, y corriste hacia la calle desierta, yendo quién sabe a donde, porque nunca te seguí Andrea; esperen, digo, Ángela, de ojitos tiernos y labios jugosos. Y es curiosamente patético lo parecido de aquel lugar con este, ¿no? que las dos me dejaran tan sentado, y con estas ambiguas ganas de gritar; porque Andrea, yo te amé. Lástima que no me creyeras entonces, ni ahora lo puedas comprender, porque sigo siendo, a tu pesar, un soñador sin norte fijo; sigo siendo: "Un coqueto con cuanta chica se te cruza por enfrente Daniel, sin que te importe que yo esté a tu lado. Sabes que me molesta que estés abrazando a la gringa esa, y no vengas nuevamente a decirme que son sólo amigos, porque Daniel, yo nunca te cuestioné las excusas que inventaste; sí, in-ven-tas-te aquella vez de la fiesta. No sé por qué. Pero mira que no soy ninguna tonta y todo esto, te digo, ya me está molestando mucho, y no lo aguanto más. ¿Qué vas a decir?"... Así, ante mi silencio, te fuiste, Andrea, con apresurados golpes de taco sobre las losetas húmedas de la misma calle en que por primera vez te vi, Ángela, comprando aquel libro, uno que hacía semanas veníamos codiciando mis ahorros y yo, y que sentíamos tan lejano, que no se me ocurrió de otra mas que pedírtelo prestado cuando, días después, nos conocimos en clase. Y, ya ves, se me acabó la cerveza, con la cual aún debiéramos estar celebrando nuestro primer aniversario; pero ahí viene la siguiente cerveza, y te veo venir, lindísima, a reclamarme tu libro, que ya ni recuerdo cual era, el día de una fiesta en casa de mis padres. Resulta que tus padres son amiguisisísimos de los míos; y qué casualidad volver a vernos aquí, para mí tercera vez, para ti segunda… “¿Y por qué de tanto encuentro y encuentro no organizamos uno serio? A ver si resulta eso de ojos que no ven, corazón que no siente, con el enamorado ese que andas mencionando entre trago y trago, Angelita”; “A ver si me tomas de la mano y me sacas a bailar, Daniel, que ya me está dando frío”, dijiste. Como siempre, me fui hasta el codo, y no nos volvimos a separar, Ángela linda, hasta esta noche en que no te sigo porque sé que ya no estas ni estarás, porque te fuiste diciendo que nunca cambiaría, que siempre sería un mediocre persiguiendo inalcanzables; porque, “realmente no eres bueno en nada de lo que haces, Daniel, ni tocando tu guitarra, ni escribiendo tus poemas, ni fingiéndote mal intelectual para impresionar a nadie, porque nadie te tomaba en cuenta, excepto yo, hasta hoy. Y mírame bonito, y recuérdame, que no me vuelves a ver, por idiota, porque tampoco sabes querer, haha, una más para la lista de fracasos. Yo no soy tan delicada como Andrea, ni parezco tan sensible. Quizás por que no soy ella, y que pena que recién ahora que te lo grito y pones así lo ojos te vayas dando cuenta; pero tarde, que si en algo me parezco a la tal esa, es en que te dejo como te dejó ella, que seguro fue la misma cara de cojudo que tienes ahorita, imbécil”, “Ángela, ¡te vas a la mierda!” también te fuiste y ni me di cuenta en qué momento comencé a quedarme tan solo, y sin aparente final feliz; pero no tanto como para llorar, esto es sudor, no confundir. Aquí dentro hace mucho sol, mejor salgo a la calle, que es de noche, y no hay tanto barullo. Además la cerveza se acabó. Quiero estar solo; morir un poco por Andrea, otro poco por Ángela, e imaginar hasta la mañana, por los bares donde nadie me ve, que ellas también mueren de amor.