lunes, 11 de agosto de 2014

Los Jaguares y los Hombres. Acto I CUATRO AMIGOS LLEGAN CORRIENDO A UNA META IMAGINARIA EN EL PRIMER PLANO DE LA ESCENA. Amigo 1: ¡Gané! Amigo 2: Hay que jugar a otra cosa… Amigo 3: Contemos cuentos, como el otro día. Mildred: ¿Les conté de la historia de los jaguares y los hombres? Amigo 1: ¿Jaguares? ¿Qué es eso? Amigo 3: Unos como tigres que hay en la selva de aquí, bien en lo profundo. Amigo 2: Comienza tu pues Mildred, cuéntanos esa historia. Mildred: Okey. Sentémonos. (SE SIENTAN EN MEDIA LUNA HACIA EL PÚBLICO, ADELANTE. MIENTRAS ELLA HABLA SE VAN APAGANDO LAS LUCES) Esta historia me contó mi papa una noche después de que volviera de un viaje de trabajo en la selva de Madre de Dios. (SE OYEN SONIDOS DE LA SELVA Y LAS LUCES, QUE DE NUEVO SE ENCIENDEN, DEVELAN LA ESCENOGRAFÍA SELVÁTICA DEL FONDO. LA VOZ EN OFF DE MILDRED SE OYE) En antiguos tiempos, en la selva, había mucha magia; los animales hablaban y se comunicaban con los hombres. (INGRESA FERMÍN COMIENDO UNA FRUTA) Allí vivía un cazador, un señor que se llamaba Fermín. Él era cazador de jaguares, porque dicen que la carne del Jaguar es bieeen rica. Fermín, todas las tardes, salía a cazar. Fermín: ¡Oh, qué delicia! A este jaguar tan pero tan sonso, allá, en el río, muy fácil le he quitado esta fruta. Oh, que fruta tan jugosa; y el pobre estafado aún sigue esperando que su amada, la luna, se transforme en paloma para que él se la pueda comer, como yo se lo prometí a cambio de esto; vaya tigre crédulo. Que me lo encuentre luego; le diré que sí sucedió la gran transformación, pero que él no se dio cuenta, en su atrasito por sonso fue y se lo perdió pues, qué pena. ¡Cosas del Orinoco que yo no entiendo y ustedes tampoco! Igual, dejemos que crezca, que crezca un poco más y le invitaré a visitar mi casita para que lo cocine mi mujer. Me da pena cazar tigres tan jóvenes. ENTRA EL TIGRE 1 Jaguar 1: Hermano, has vistoarr el camino que lleva a la lagunarrr ?? Raww! La lluvia lo ha confundido todo, arrrrr!! Fermín: Pero, oiga usted, hermano otorongo; ejem, Digo, jaguar… ¿no supo que en la laguna hay pirañas? ¡Está terrible el asunto hoy! Es culpa de la inseguridad, y es que nadie la combate. Igual, si necesita agua, yo le invito de esta agüita para que al menos no haya usted venido hasta aquí en vano, ¡el agua es del pueblo! Jaguar 1: ¡A oler, a oler, un momento! ¿No será que mejor te almuerce a ti, hermano hablador? Fermín: Pues mire, no me parece tan buena idea; yo, la verdad, debo tener un muy mal sabor porque como cosas horribles y que a usted no le gustan, ¡yo me alimento de lombrices, lagartos, sapos! Jaguar 1: Aj, aj, ¡estás en lo cierto! te agradezco entonces el agua que me brindas. Arrr Fermín: Tome. Salud. Jaguar: Uhmm, agua dulce… no será ese olor… Oh, me siento como embriagado… Fermín: Tarde, jaguar, ya te atrapé. Ven conmigo, te voy a llevar a mi hogar para que conozcas a mi amorosa mujer. Ven, ven; no te duermas aún, quiero pedirte perdón por hacer de ti mi cena, es para que mi familia crezca. Te prometo que bailaré cubierto con tu piel los días de fiesta. Caminemos por aquicito, la cocina de mi mujer ya debe estar caliente. (SALEN. SE APAGAN LAS LUCES. CAMBIO DE UTILERÍA A LA CASA DE FERMÍN) Mildred: (voz en off) Otro día, Fermín se encontró con un Jaguar muy pero muy poderoso, al que también intentó engañar una y otra vez pero con él no pudo. LA LUZ SE ENCIENDE, FERMÍN ESTÁ DEJANDO SUS COSAS EN UN LUGAR DE CASA Fermín: Me rindo por hoy, ya es muy tarde. ¡Al fin en casa! Ese Jaguar enorme se supo todos los trucos del mundo. Carambas, no lo he podido engañar pero ni una sola vez. ¡Qué problema! ¿Y ahora qué le digo a mi mujer?, ella me va a pedir carne para la cena y el desayuno de mañana. (ENTRA LA ESPOSA) Esposa: Justo al hombre que quería ver. Dame la carne para la cena. ¿Dónde está lo que has cazado esta tarde? Fermín: Oh, mujer, si supieras lo cerca que he estado de traer aquí al jaguar más grande de la selva. ¡De este tamaño, de este tamaño! Pero no pude, era un tigre bien fuerte. Ese sí que fue un jaguar, lo hubieras visto. (ENTRAN SUS DOS HIJOS, LOS ABRAZA) Esposa: ¿Pero, entonces de dónde se hace la cena y el desayuno de mañana, Fermín? Esa es tu responsabilidad Fermín: ¡Te digo que estuve así de cerquita de cazar al tigre más poderoso de la selva, mujer! ¡Te lo juro! pero se me escapó. Esposa: No, no, entonces no. Tú tienes que poder cazarlo, tienes que ir, ¡aunque sea de noche! Anda, vete ya; ve, que aquí te esperamos tus hijos y yo. FERMIN SALE, LAS LUCES SE APAGAN, SALE LA UTILERIA DE CASA Y COMIENZA UNA ESCENA DE PERSECUCIÓN DANZADA ENTRE FERMÍN Y UN TIGRE COLOSAL, UN ACTOR USANDO ZANCOS CORTOS. LA LUZ ES DE LUNA, AZUL. EN UN MOMENTO FERMIN QUEDA SOLO Y DE PRONTO SE TOPA CON LA FAMILIA DEL TIGRE. AL IGUAL QUE ÉL, SU ESPOSA TIENE DOS HIJITOS. DECIDE RETIRARSE. ENTONCES APARECE EL TIGRE ALFA Y SE LE PONE EN FRENTE CON UN GRAN RUGIDO. FERMIN SE VA. SE APAGAN LAS LUCES, SALEN LOS TIGRES, REGRESA LA UTILERÍA DE LA CASA DE FERMÍN (QUE DEBE SER LIGERA PARA ENTRAR Y SALIR). SE ENCIENDEN LAS LUCES. FERMIN Y SU MUJER DISCUTEN. Mujer: ¡Este tigre flaco que has traído no nos va a durar mucho, Fermín! Fermín: ¡Debo conseguir algo, aunque sea Gusanos! Mujer: ¿Acaso eres un gusano? Me lo dijo mi mamá ¡Me casé con un gusano! Fermín: Amor, tuve que resignarme con buscar uno de esos jaguares jóvenes, que siempre son más fáciles de engañar. Los maduros son más astutos, algunos casi tan listos como yo. Fui al río donde los jóvenes jaguares cantan a la luna y bebí con este de mi copita. Nos da su vida, no la desprecies. Mujer: Está bien, es cierto. Pero igual mañana tendrás que salir temprano y no al atardecer: bien de día. Fermín: Pero debo descansar… Mujer: ¿Más? Bueno, te acepto este porque sí alcanza para la cena; pero mañana tempranito tienes que ir a cazar otro. ¡Tienes que poder más! Fermín: Muy bien, muy bien. Lo haré. SE APAGA LA LUZ, SALE LA UTILERÍA DE CASA. SE ENCIENDEN LAS LUCES AMARILLAS DE DÍA, SONIDOS DE AVES, ETC. UN TIGRE GAGO JUEGA NAIPES CON OTRO TIGRE. Gago: ¡Estudia! Mono: ¿Que estudie qué? Gago: Es tu día de suegte, ¡golpe! Mono: ¡Quédate con todas esas frutas! me voy corriendo, ahí viene ese tramposo de Fermín, ¡ya nos vemos, gago! EL MONO SE VA, FERMÍN ENTRA. Gago: ¿Fermín quién? Ni con tgampas me ganan a mí. Fermín: Hola, cómo le va señor tigre. Gago: Tigge no soy, soy jaguag. Fermín: Señor Jaguar Gago: Tampoco soy senog, soy de la selva. Puedes decigme gago. Así lo hacen todos. Fermín: Muy bien, don gago. Como guste usted... Gago: ¿Quiere jugar al juego de las piedras de colores conmigo? Fermín: Yo preferiría jugar a los naipes. Gago: Ya. Siéntese. Fermín: Pero, qué tal si nos vamos a jugar más cerca de mi casa, mi mujer nos puede preparar algo delicioso para el almuerzo. Gago: no sé, tengo el apetito más cogto que patada de chancho. A veces hasta solo como insectos, ¡hakuna matata! Fermín: No entiendo lo que me dices… Te apuesto a que no juegas ajedrez. Gago: Ja, ja, ¡soy expegto! Fermín: Entonces juguemos eso, tengo un tablero en casa. Gago: No estoy seguro, mejor me quedo aquí. Fermín: como quieras, como quieras. Gago: ¿entonces jugamos este juego de las piedritas? Fermín: Listo, reparte. Uhmm, ¿no gustarías un poco de mi chichita? Gago: al jaguar gago no le gusta el trago. Fermín: (APARTE) ¡Pero qué problema! …Tendré que hacerlo del modo rudo. (SE LEVANTA E INTEMPESTIVAMENTE LO AGARRA POR LA ESPALDA) quieto, gago, lo siento pero vas a ser la cena de mis hijos. (LO HIERE EN LA GARGANTA Y LO DEJA CAER. SE ALEJA, VOLTEA A VERLO Y EL TIGRE SE RETORCÍA. FERMÍN TRATÓ DE JALARLO DE LOS PIES, PERO EL TIGRE SE SAFÓ) No puedo, no puedo matar así a este tigre tan extraño. Mejor me voy. SALEN DE ESCENA, REGRESA LA CASA DE FERMÍN Mujer: ¡Siempre pones excusas para lo que no puedes hacer! Te dije que no volvieras sin un jaguar y mira lo que haces… Aún es temprano, vuelve allí y haz lo que tienes que hacer. ¡Tienes que matarlo! Fermín: No sé qué me pasa, pero no he podido matar a ese tigre gago, lo dejé herido en la selva. Lo iba a traer y de verdad, no pude, me compadecí o me asusté; o las dos cosas. Vaya cazador que soy… Mujer: Entonces vuelve afuera y termina el trabajo. Tú dices que ese jaguar está cerca y está herido, ¡anda y tráelo aquí de una buena vez! Fermín: Está bien, está bien. SE APAGA LA LUZ Y VUELVE LA SELVA ABIERTA Mildred: allí, Fermín encontró que milagrosamente el Jaguar gago se había curado de la herida; pero había quedado mudo. Entonces, decidió cazar otro jaguar y se encontró con una cosa muy, muy extraña. Fermín: ¡Gago, estás vivo! Pero bueno, tengo que llevarte a casa, mi mujer te quiere conocer, vamos, dime que sí Gago: mmm, mmm (sentado como autista) Fermín: ¿No me dirás lo que piensas? ¿Me escuchas? Así es más difícil engañarte. ¿Qué debo hacer? Muy bien, Gago, olvidemos lo pasado, pucha, qué te hice… bueno, yo te voy a cuidar. Debo devolver a algún Jaguar algo de lo que ando tomando de ellos. Cuidaré tu vida. Quédate aquí. Ahora, me pondré a buscar otro animal para la cena. Gago: mmm, mmm ENTRA LA TIGRESA MUDA Fermín: Buenas tardes, señorita Jaguar. Qué bonita selva esta, ¿no le parece? Muda: LO MIRA ASUSTADA. Fermín: ¿A usted le gusta jugar ajedrez? ¿Cómo se llama? ¿No me va a decir? ¿No quiere tomar un sorbito de mi bebida? Oh, ¡qué problema! (UNA LUZ SE ENCIENDE Y APARECE UN ARBOL CON UNA BOA TREPADA) Boa: Fermín; no, no caces a este jaguar. Escúchame, Fermín. Hace unos meses ella tuvo un accidente con una piedrita en su garganta y se quedó muda. Es la jaguar más triste que conozco. Por favor, no la mates… Es más, ahora te cuento un secreto fascinante: hace una noche, un espíritu de la selva se apareció aquí, en la ribera del río, y tocó a la muda y al gago. Fermín: ¿Qué me dices? ¿Espíritus? ¿Imágenes? No entiendo, ¿qué está pasando?, ¿quiénes son estos tigres? Boa: Hazme caso, cazador, anda a tu casa. Algo raro pasa con estos jaguares. Fermín: ¿Y mi familia? Boa: Yo que tú, no los tocaba, Fermín. Fermín: muy bien, hermana boa, te haré caso. APAGÓN Mildred: Esa noche, tras discutir con su mujer y almorzar unas tortugas, Fermín tuvo un sueño. (HUMO AMBIENTANDO EL SUEÑO EN LA CASA DE FERMIN) Espíritu: No caces a ninguno de estos dos jaguares, Fermín, porque es la nueva era de los jaguares. Ellos se han portado mal conmigo, me han hecho sufrir, no me han respetado, así que ya no deben hablar. Escúchame Fermín, tienes que proteger a esos dos tigres que son los únicos inocentes; de ellos depende de que no desaparezcan todos los jaguares y pronto puedan volver a hablar, cuando hayan aprendido la lección. Sé que será pronto. Fermín: (DESPERTANDO, CONFUNDIDO) Tengo que encontrar a esos dos. Ahora mismo iré por ellos, aunque sea peligroso. SALE, REGRESA CON LOS DOS TIGRES Mujer: ¡Por fin, Fermín! (LA MUJER SE LE AVALANZA CON DOS CUCHILLOS EN LA MANO, INTENTA MATAR A LOS TIGRES Y TERMINA HIRIENDO A FERMIN EN LOS DOS BRAZOS) Fermín: ¿Qué has hecho conmigo, mujer? ¿Quieres matarme o qué? Mujer: A esos dos tigres me los voy a comer, tengo hambre, ¡tengo hambre! Fermín: No, a ellos no podrás comerlos, tendrás que soportar. Fuera. LA MUJER SALE, SE ESCUCHAN GRANDES RUIDOS Mujer: (VUELVE CARGADA DE TIGRES Y CON UN MAQUILLAJE MAS CARGADO) Niños, a comer. Hijos: ¡Pero cuantos tigres! Deben ser todos los tigres de la selva. Mujer: Es que tengo hambre, mucha hambre. (TRANSFORMADA POR UN APETITO INFINITO) Mañana tendrás que cazar igual, si no quieres que me coma a tus dos tigres protegidos, ¡¿Me oyes?! Fermín: ¿Pero cómo has podido matar a todos estos jaguares? Mujer: Eso no importa. Por fin tendremos el banquete que se merece esta casa. Fermín: Está bien, mañana yo saldré a cazar. Mujer: Tengo hambre, mucha hambre, ¡más vale que me traigas la selva entera! Fermín: (aparte) Hijos, vengan. Saldré a cazar, les pido por favor que cuiden a estos dos jaguares de su madre, que no se los coma. Su madre se ha convertido en otra persona, pero esto va a terminar pronto, niños. Se los prometo. ¡Los tienen que cuidar! Mildred: Dos días Fermín cazo más. Su mujer era otra persona. Corría por arriba, por abajo, por en medio, devorando lo que sea. De pronto, un día por la mañana, no quedaba ningún ser vivo en toda esa parte de la selva; nada que comer, salvo esos dos jaguares. Mujer: Amor, ¿qué ha pasado?, ¿qué ha pasado?, no hay nada que comer, ¡no hay nada que comer! Hay que sacrificar a esos tigres que guardas con tanto cuidado. ¿Acaso los quieres más que a tus hijos? ¿son dos gatos tan importantes como los humanos? Fermín: ¡A estos dos jaguares no los toques! Mira, un ánima se me presenta por las noches en mis sueños todos estos días y me dice que los jaguares deben aprender una lección, pero sobrevivir. Debemos esperar hasta este amanecer y verás que todo se soluciona, mi vida. Ten paciencia. Ven; escucha, tú puedes hacerlo, faltan pocas horas, ya va a amanecer… Mujer: Oh, Fermín, me voy a volver loca; no puedo, tienes que abrazarme. (SE ABRAZAN, LA LUZ CAE. LUEGO EL SONIDO DE LA SELVA VIVA INUNDA EL AMBIENTE. SE ENCIENDEN LAS LUCES Y LA PAREJA DE JAGUARES APARECE, SE TOMAN DE LA MANO, FELICES, Y SALEN DE ESCENA CORRIENDO HACIA EL MONTE. ENTRA FERMÍN CON SU ESPOSA. LO SIGUEN SUS HIJOS, TODOS PARECEN MARAVILLADOS. Fermín: Ya todo pasó, querida mía. Mujer: ¿Pero qué fue exactamente lo que pasó? Fermín: No sé bien. Solo sé que los jaguares, por no respetar la selva, ya no podrán hablar con los demás animales por un tiempo. Ojalá que a nosotros los humanos eso luego también nunca nos pase, y que nosotros siempre respetemos el caminar por la selva, para así poder seguir escuchando a los animales. Al menos, los jaguares seguirán existiendo. Estoy seguro que ellos, en un futuro, se redimirán y podrán conversar de nuevo con todos los seres vivos. Mujer: Gracias, Fermín, por salvar a los jaguares y gracias también por ayudarme a mí con todo esto que nos ha pasado. SE ABRAZA LA FAMILIA ENTERA, CAE EL TELÓN, SUBE LA MÚSICA DE LA SELVA, CULMINADA CON UN RUGIDO. FIN

jueves, 13 de diciembre de 2012

Wilde y la aparente normalidad

El tiempo que vio nacer la obra teatral de Oscar Wilde, la penúltima década del siglo diecinueve, fue escenario de parte de las crisis de las jóvenes conciencias burguesas modernas en su búsqueda de especificidad frente a las costumbres y valores tradicionales con los que se veía en la necesidad de negociar por capitales simbólicos en decadencia y resistencia coetáneas. Per-vivientes en el siglo que termina en aquel Londres oficial, ese que, juzgando su degeneración como criminal, lo condena a cárcel con trabajos forzados tras haberle prodigado bienes, fama y aprecio durante los años de su apogeo, actúan los remanentes de un Necesitar el Poder del Amo, un control que a pesar que se ha dicho nada románticamente que Dios ha muerto, erige a la razón, la ciencia, la honestidad como el bien, el bien como uno, muy diferente del mal, el positivismo del sentido común moderno como el unívoco gran Otro, nuevo garante de lo correcto, del saber; cuando el sentido común, para el autor, aparece como el menos común de los sentidos, y todo esto entre aquellos discursos altisonantemente encontrados pero todos familiares para un representante de la elite ilustrada de la universidad como podían resultar los de los también coetáneos Nietzsche y Mallarmé, el Lord Chambelán o inclusive a La Iglesia. Freud, Baudelaire, Ruskin, Rimbaud y la Biblia, Stevenson y Walter Pater como meta textos comunes (polifonía resorte de una suerte de exotismo que estimula tópicos como el esoterismo y lo fantástico en los discursos de la época: discursos de emancipación sexual, misticismo religioso y revoluciones políticas y tecnológicas), hicieron que el autor respirara de un romanticismo trágico, al modo shakesperiano, tanto como del teatro francés de Víctor Hugo, la Comedia, abierto también a la re-presentación de los clásicos desmitificadoramente. Alegre pesimista, ya sea leyendo la Biblia o a Moliere, post enciclopedista, heredero de su ambigua ampliación paradigmática, totalizó la des totalización, se animó a utilizar diversos soportes para su discurso: la novela, el teatro impreso y el en acto, los cuentos, inclusive, dirían muchos, su propia vida; pero se persigue de historia a historia una misma tendencia, el elemento trágico subyace a la alegría de la réplica. El destino irlandés es constitutivo de la felicidad del lenguaje, dice, acerca de la obra de Wilde, Delia Pasini, en el prólogo a su teatro completo edición en español (losada 2002). Sus obras están compuestas por idílicos ensueños en función a histéricos silencios trasvasados por la ironía de los que prefieren y necesitan una normalidad en las formas del diálogo, una alegría tal que oculte la culpa o la negación de parte de sí, para asegurar la paz, la identidad, la verdad, el consenso o la razón, ya sea por exceso o por defecto de la representación, es así que la necesidad de fingir es matizada por la desesperanza o la contradictoria fe en el eskepticismo, como modo de supervivencia en un espacio que aparece pro-trágicamente representado. Desde el espectador todo, incluso los tiempos de las decisiones, de la imposibilidad de retractarse, volver al pasado, librarse del destino (por ejemplo la muerte envenenados de los personajes de la Duquesa de Padua, La duquesa, envenenada se entera que lo ha hecho erróneamente, engañada por una apariencia). La ironía como un goce oblicuo, con huella de malestar, genere escenas donde los personajes se ven siempre extraviados entre y por las apariencias, así la verdad propia es trágica si no se amolda a lo correcto, forzándose los personajes a una calma superficial, a un extrañamiento de sí mismos. He ahí una puerta falsa a su trascendencia hacia formas paganas místicas del pensamiento británico, ante el fanatismo de los puritanos y los conservadores de la corte inglesa, donde, como los bufones o los locos (personajes de personalidad escindida también) el teatro de Wilde, a más de denunciarlos, se adjudica el trabajo de subvertir los valores de la sociedad que celebra en una suerte de espacio de lo popular carnavalesco inserto en el seno de la corte, como entretenimiento, donde la apelación crítica dura se desinfla en lo grotesco de sus escaladas a paraísos y descensos a los infiernos anímicos de acto en acto, presas del sin sentido de revelación en revelación, entre las tensiones de la historia. Es más fácil creer que Wilde solo quiso solazarse desde una visión positivista con la sociedad victoriana y su puritarismo denunciando su «mediocridad conservadora», sin percatarse de que “la revolución de Wilde va más allá de sólo un contexto sociopolítico y subvierte el lenguaje. Si cada palabra es un prejuicio, como afirmó su coetáneo Nietzsche, Wilde dinamita la palabra univoca con ironía, juegos verbales y oxímoron.” (Fuente web). Discurso subversivo de la subversión, coloca al bien y al mal en un juego de espejos influenciado por las ideas acerca de la belleza que le perseguían. Precursor de las teorías de la relatividad moral, consigue atenuar el juego de las normas relativizando el drama con la confusión de la comedia de enredos mediante su cruel gracia, el malentendido, y a la vez pregona la inevitabilidad de la instancia de la representación, de la forma, del estilo, la elegancia, como trascendentes al bien y al mal, un bien en sí, más alla del bien y del mal, así un personaje dice muy retóricamente que en momentos de suma gravedad el estilo es más importante que la sinceridad, dicho esto como un comentario sincero en un momento dramático su inconsistencia como soporte de la representación mimética lo haría un precursor de la llamada crisis de la representación, supuesta hija de la filosofía del siglo xx pero que se reconoce a través de la retórica incluso como presocrática, mas también puede verse como espacio no ya de la crisis sino de la fiesta del sin sentido de lo grotesco carnavalesco representado en la aristocracia misma, ante el juez de paz en el irónico Algernón, a quien Jack califica de desalmado por poder comer postres en medio de una situación dramática, por ejemplo, en la obra La importancia de llamarse Ernesto. En esta obra se representa un entramado de diferentes intereses que hacen a una pareja desearse, siendo el más cómico de ellos el asunto del nombre: Ernesto, nombre que Jack, juez de paz que vive en una población menor, utiliza en la ciudad para despistar de su vida oficial sus frecuentes entuertos, como fama de un supuesto hermano díscolo. Pero es bajo esa personalidad como conoce y enamora a Güendolin, joven y distinguida dama de la aristocracia decadente. Algernón, un irónico noble, tío de ella, que hace tal como él en el hecho de fingir una supuesta visita de caridad para permitirse horas de licencia, pero en dirección opuesta: de la ciudad hacia el campo, a hacer compañía a un ficticio anciano llamado Bumbury, mas con conciencia más ácida, delata un malestar entre líneas, ante el cual la opción estética resulta la revolucionaria. Es tanto el afán de complicidad en ese acto inmoral que decide acosar al amigo juguetonamente, con una persecutiva visita a la casa de campo de Jack, donde aprovecha su conocimiento de la intimidad de su amigo para abusar de su confianza, acusando luego otra vez su carencia formal, confrontándola con una apuesta negativa pero a la vez débil sobre el matrimonio de Jack y su pariente, tan propensa a ser solo un remilgo que se deshace sin ninguna resistencia al saberse al final la “verdadera” identidad , quedando por otra parte medularmente ligado como partner de la importancia de llamarse Ernesto, pues también él precisa llamarse Ernesto para conseguir el amor que le embarga (tanto como el amor a los muffins) de Cecilia cardew (pariente por la filiación de herencia adoptiva de Jack) desde el Segundo Acto. Es en ese acto donde hay una primera epifanía del sentido, quebrada por la irrupción de otro conocimiento nuevo pero a un nivel tan formal y superficial que lo vuelve tragicómico, con una ilógica patética. Algernon resulta a fin de cuentas hermano del juez de paz, que a su vez adquiere estatuto de noble, e inclusive el nombre deseado (resulta llamarse al final Ernesto oficialmente), coincidencias alegres del final en la segunda epifanía del sentido, esta vez avalada por la supuesta verdad, pero asumida con ironía por el juez de paz “Jack: Güendolin, es algo terrible para un hombre descubrir, de repente, que toda su vida no ha hecho sino decir la verdad”, una verdad muy lindante con una chingana del sentido, la representada previamente en el azaroso intentar mantener las apariencias y las mentiras por un largo tiempo, isotopía primordial en la comedia de enredos, categoría de la que tendría influencia. Jack, por lo revelador hamletiano de una antigua culpa, una vergüenza que se teme aparezca en cualquier momento a la luz, pero en un tono sembrado aquí de un positivismo burgués de este rol del juez de paz de heredad adoptiva, de doble vida de dandi (parte de la representación de lo moderno de Wilde), o por qué no decir retórico-pragmático, toma la opción de representar un rol, crear personajes ficticios, para conseguir el amor de la señorita Fairfax, Güendolin, confiado en que podrá construir la verdad. El continente, ambiente y personajes se adscriben a una órbita aristocrática, pero su contenido textual desvela la subversión libertaria contra la moralidad, la hipocresía de los constructos inflexibles y lo políticamente correcto. Vera y los Nihilistas, su opera prima, enfrenta dos verdades irreconciliables oficialmente: el personaje del príncipe ilustrado convive con dos círculos anímicos adversarios, en esa obra el zarévich finge ser un estudiante de medicina para ser uno de los nihilistas, que conspiran contra la corona de su padre, y así convive con ellos, y llega a amar a una cabecilla nihilista, al mismo tiempo ante su padre el zarévich se ve obligado a esconder su condición de nihilista, y el acto heroico que le hace mostrarse como tal le lleva a la prisión. Mas luego su amor al pueblo se ve como conductor de un amor a la corona, instancia de poder puesta en duda por el padre déspota, mas, reinterpretada por él como su única chance de poder ayudar, ocupando ese rol tras la muerte del mismo. Al final la tensión entre el bien y el mal vuelve a aparecer en la necesidad de la muerte para el paso al bien, la tragedia romántica como camino hacia la voluntad, un pensamiento cíclico de la vida, tanto como un pesimismo irónico. En el teatro de Wilde las situaciones de normalidad aparecen cuidadosamente basadas en el ocultamiento de cierta parte de la historia personal, como ocurre en la obra la duquesa de Padua, donde la ficción vivida por un joven, cuando entra al palacio con un rol de sumisión al hombre a quien planea asesinar vengador de la muerte de su padre, se enamora de la esposa del mismo, y se deja llevar más allá de lo que sus supuestas únicas y más verdaderas intenciones le permitirían, lo que produce el ambiente de fragilidad por donde permea la contradicción y las ironías del destino tensando casual como causalmente como constitutivos del desenlace fatal. Tal vez la meta lectura de Wilde, actor de la (re)presentación tan meticulosa de sí mismo (desde siempre y ya en sus últimos textos más evidente que nunca ligada a su literatura), promovía su efectividad tanto como su aparatosidad, y se nutría de la misma figura retórica en su obra teatral como en su autoría, recuérdese que consigue colocar en un teatro su rechazada obra la duquesa de Padua bajo otro título, Guido Ferranti, coprotagonista, y como de autor anónimo. Esta ambigüedad entre él y su obra se volvió en su contra en el grotesco final de su vida, víctima de la moral que luego de reír un tiempo, sintió el dedo en la yaga.

lunes, 25 de junio de 2012

Sensación de Inestabilidad y Respuesta Inestable: la Escritura Posmoderna. Toda escritura posmoderna es una trampa para la lectura, se apoya en la movilidad del sentido y la vanidad de las realidades para hacer de la ausencia de necesidad de un mensaje la invitación a la coexistencia de infinitas voces en la lectura. La fuga del sentido es utilizada a favor de multiplicación de sentidos de la voz fragmentaria. La convivencia de significados, la multiplicación de formas en el vacío y los fractales, son modos de isotopía paradojal que permiten hacer coexistentes al malestar en la diferencia con el bienestar en la diferencia, y viceversa al infinito. Hemos visto ampliamente en las novelas contemporáneas de autores latinoamericanos cierta tendencia a la pluralidad de interlocutores, a la fragmentariedad del discurso y de visiones como estilo de algún buen grupo, coexistir con esfuerzos más cercanos al anterior esquema de la novela total. Y es que una de las banderas del juego posmoderno se apoya en la repetición inclusiva-excluyente, en las imágenes especulares, como crítica al desarrollo unilineal, lo que invita a la reutilización actualizante de todo tópico, ya clásico o ya futurista, o ya una mezcla de ambos en sus discursos. La crítica a los esencialismos absolutistas de vocación identitaria del esfuerzo moderno taxonomizante, se da abriendo paso a la reificación de las figuras pluralizantes. Acuñando un estilo desterritorializado se estabiliza la relación sujeto-entorno dislocado, característico de la globalización conflictiva. Pero ésta estrategia no es ni necesaria ni es la única. En Latinoamérica la historia de migraciones y de mestizajes siempre fue motivo de inclinación a sensibilidades que busquen en las lógicas confusivas, modos de decir su estado de conflicto; ya desde Guamán Poma y su tendencia irónica y descreída, mezcla de humor negro y pesimismo, con consejo y caridad cristiana, cuasi-fundador de la literatura de la violencia latinoamericana, posmoderno a fuerza de ver en la modernidad capitalista de las empresas de conquista tanta hipocresía. Esta situación histórico-cultural latinoamericana es tan fundacional en ese sentido que permite tal vez su análisis como binomio, y la traba que este binomio implica: Latino por un lado y americano por el otro. Ambos sentidos por separado parecen incompatibles. El imaginario de la latinidad es de orgullo europeo, así se haya desde tiempos de Espinoza Medrano hecho gala de más papismo que el papa en nuestras tierras. Sin embargo, la fecundidad del discurso barroco en el origen del arte colonial se debe a mi entender, por la adecuación de su lógica confusiva con la confusión imperante de este tenso binomio. El imaginario de americanidad está nutrido de un acento barbarizante, como correlato del ensalzamiento del yo colonizador, y esto sugiere una estructuración contradictoria del término en sus binomios, un contrasentido como efecto del proceso histórico-subjetivo de su acuñamiento, lo que de antemano preparó el camino en nuestroamérica para la proclividad a sintonizar con la crítica a la modernidad. Sin embargo, esta misma predisposición incluye también una preparación mayor o más antigua de cierta posibilidad de respuesta vital al vacío gris de ese vector de la posmodernidad más pesimista. La subalternidad y la estabilización globalizante, o su intento, cohabitan. De hecho, la emergencia de nuevos entornos interactivos, debido a los aportes tecnológicos de las telecomunicaciones, la apertura en el espacio virtual de un espacio compartible globalmente en tiempo real, ha hecho de la densidad del entramado, una invitación hacia la simplificación del símbolo, la repetición fractálico-mandálica, por el lado más conjunto vacío dentro-de conjunto vacío, tanto como la repetición pop de la industria creativa, sus beneficios y sus distorsiones, ya sea que hablemos del bluejean como de la novela. Pero también la foto de Marilyn Monroe por Warhole, etc. En la historia de la modernidad, el paradigma de nación-estado ha sido de orden homogeneizante, en torno a una patria. Este concepto no ha dejado de ser conflictivo en nuestras situaciones poscoloniales hasta la actualidad, dadas las condiciones poli-migrantes del continente. Por eso en estados unidos las campañas de publicidad han utilizado la idea de la identidad en la diferencia (cosa saludable), pero en torno al consumo. Cuando en ese país sucedió el atentado contra las torres gemelas, el presidente Bush no salió a las cámaras a pedir equilibrio, u orar por los muertos o buscar a los responsables para hacer justicia, no, les pidió que compraran, que tuvieran fe en el mercado. La propaganda de Coca-Cola va por ese lado, todas las razas dentro de los estados unidos toman Coca-Cola, unidos por la marca. A nivel mundial la estrategia es la misma, todo el Mundo toma Coca-Cola, en las calles de lima se puede ver afiches con botellas de Coca-Cola con las traducciones a todos los idiomas, chino, árabe, español, etc; Coca-Cola para todos: identidad en la diferencia, la modalización de lo diverso al servicio del mercado: Coca-Cola, o sé tú mismo, obedece a tu sed, toma Sprite. Las cuentas e inclusiones como múltiples de múltiples son a las que nos obligan las últimas tecnologías tanto como los últimos aparatos artísticos. Mezcla de estilos como estilo, es la única posibilidad de cuenta para situaciones como la de nuestra novela, asumiéndonos como latinoamericanos imbricados en otros estilos, a veces exóticos, de cuenta, así tenemos al gringo chamanizado, al huancaíno metalero, sikuris en Finlandia, peruanos en Nebraska, etc. Curiosamente, otra vertiente del poder diversificador de la posmodernidad pasa por la reivindicación relativa que viven los modelos de mundo negados por la modernidad materialista, por su metaforizada manera de explicar lo desconocido, que de algún modo es un estilo retro que valida, pone de moda de nuevo las llamadas supersticiones, la laguna de las huaringas, el cuy mágico, el vegetarianismo krishna, el turismo chamánico, el boom de las iglesias evangélicas de los 90s en adelante en el Perú, los programas de fantasmas y el cine de terror, etc. Así, a la idea de estado-nación, fenómenos como la Cumbre de los Pueblos, intentan, con algún paradójico riesgo, contraponer la idea de estados plurinacionales. Riesgo de que las versiones de nacionalismo posible de cada nueva nación cometa el mismo error homogenizante-radical de las naciones que critican. En todo caso esto no es posmoderno, pero se nutre de su filosofía para defenderse del enemigo común, la modernidad: defender el valor de su lengua, desde la lingüística, por ejemplo, la que ha abandonado la moderna idea de un posible lenguaje superior, en pro de la aceptación de la valoración positiva de la especificidad de cada lengua, de su arreglo gramatical, etc. Esta presencia renovada es para la perspectiva posmoderna misma digamos que una fuente de colores para sus grises conclusiones primarias, seducidos por su promesa de intuiciones, su contrapeso a esa angustia de la ausencia de sentidos. Hay hoy en día la necesidad de poder creerlo todo, pero a costa de poder negarlo de inmediato, de ser necesario. La bulimia consumista va haciendo metástasis en el cuerpo de las reflexiones, o en su mercado tal vez.

miércoles, 15 de junio de 2011

Estaba en llamas...


Había una mujer desnuda. Líneas vacías, transparentes, dibujaban sus ideas. El panorama desde sus ojos era un agujero cóncavo lleno de verdes, grises y ocre de ladrillos. Imaginaba sus orejas, la gradación tonal del cielo entre dos negras palomas. Vió algunas personas conversando. habría caminado si aquellos ojos no la hubieran afectado con su sueño, le habría pedido perdón al pasto por no interesarse, y hubiera ido; pero su espalda, apoyada al tronco de un árbol, no quería perder su opresión, ni animarse, ni pensar. Y sin embargo, la belleza de la sombra del árbol bajaba de una rosa de recuerdos de otro día de suelo de sombras difusas que le hacían recordar algo malo en sentir el peso de tantas nubes, pero daba igual. Líneas blancas, palabras, voces, discursos que se repetían. Difícilmente una mancha púrpura, una insólita gota de color púrpura estrellándose en los ojos abiertos; soñar era mejor, era esa gota coloreando la lengua de un perro devorador de moras. Soñar era estar desnuda, cambiar y pensar pero no mucho en algún no muy claro deseo, queriendo que aparezca en verdad algo puro, algo propio; bello e innecesario, pero natural.

Mi triste Apolo, no muerdas la madera, Dafne ya no siente. No claves tus ojos en estos círculos que se suspenden; vuélvete del lado de su madera o derríbala con susurros, mi triste Apolo. No cedas al clamor de voces como las mías, mi confuso persecutor; Dafne quiere oírte, ella entrecierra los ojos en la savia, clava en su corazón la imagen de tu dolor y regocijo en el éxtasis de sus dedos secretos. Pero no te lo dirá ella, Dafne se ha perdido entre las hojas. Oye mi voz que es la de ella y no es, que escurre mi mirada por su espalda, crispada de deseo solar, que ve nuestros cuerpos lejanos en la escena y que aconseja, Apolo, no oigas otras voces. Ansío seguir oyendo tus insípidos jadeos y mis dulces secretos alrededor de nuestros cuerpos, sintiendo lánguida que así estás bien.

...Mirando por la ventanilla del automóvil, rumbo a la casa vacía. Había un árbol. Tan sólo duró unos segundos. Desapareció. Desapareció como todo, exceptuando la luna, unida a esos ojos, interesada en mirarse, confundida. el auto doblaba una esquina. La luna aparecía quieta detrás de él. Los pies le temblaban cada que veía el rostro de hombre que había adquirido aquel hijo que ahora lo arrastraba al volante.
Volvió el árbol, acompañado esta vez de un farol de luz ámbar. La escena había perdido gran parte de la belleza que contenía. Segundos luego eran unos niños desnudos. Dormía. Padre.
Padre... la casa, recuerdas, no tiene la apariencia que antes había tenido. Los claroscuros del día que comenzaba aligeraban la impresión del recuerdo de la noche en que la abandonó. El niño corrió hacia el segundo piso y le saludó desde la ventanilla del automóvil, papá, papá. Despertó. La luna se movía. El marco iluminante de la pintura resaltaba su ausencia en la expresión del hombre.
María se reprochó. Urdir tan a menudo; a cualquier estímulo... pero esos ojos revelaban la luna en su resplandor: quizás sólo un recuerdo.
Pasó al siguiente cuadro, uno que era suyo. Le fastidió estar relacionando cada imagen, cada escena, con el desarraigo, la fugacidad del tiempo y la terquedad de la Luna de esa misma noche, la que, a pesar de acelerar a fondo, nunca pudo dejar atrás. Alguien le preguntó por lo que intentaba expresar en este cuadro. Fingió una respuesta positiva. Le daba pena confesarle a ese extraño que ahí ella presentía, pero no presentaba los brazos de Mamá Eva.
El hombre se fue. Mirando por la ventanilla del automóvil. La frase estaba escrita en el papel. María lo dudó antes de arrugarlo. Arrugó la servilleta y la dejó junto a la tasa. Hubiera querido aplicarle una pincelada violeta.
Luego que salió del brazo de André y se internó en los nuevos colores que le llovían desde la noche, dejando sin anhelo ni rencor el ambiente de la exposición, hubiera querido algo de amor expuesto, pero sabía que Andy por estos tiempos no podía más que fingir mal.


Había algunos autos afuera, cuando llegaron a casa.
Esos amigos la dejarían ebria antes del amanecer irremediablemente, así que los evitó; al menos por un momento. Arriba, sola, pensó en llamar a alguno que fuera también su amante. Pensó en la cara deprimida de Pier, y logró decidirse por el violeta y por Astor, sabiendo rencorosamente lo consuetudinario de aquel intento por no serlo. Esparció el color; esparcía una manta, una sombra, la irritación del champagne, su necesidad de afecto a flor de piel. Cambió la línea recta por una onda, mientras decidía dejar de intentar pintar. Recogió aquella onda en el cuerpo y salió de su Atelier. Bajó a la sala, donde encontró que la niñez convulsionaba plácida. Se presentía la luna ahí también.

viernes, 24 de diciembre de 2010

la piedad


Casi nadie podía distinguir al hombre ahí, sentado frente al parque sobre la vereda rota, dándole la espalda a la iglesia más antigua y olvidada de la ciudad. Era como aquellos amorfos bultos de basura que aparecían y desaparecían por sus calles al amanecer, con la diferencia de que él temía cobijar aún demasiada vida. Llevaba el cuerpo cubierto por imposibles periódicos y cartones, adheridos de lo recolectado durante sus inimaginables caminatas tratando de alejarse de ningún lugar. Sólo entonces, al recoger los frutos de su magra tierra, podías ver surgir de dentro de las mangas de su saco de casimir almidonado sus manos de calamar muerto, sus dedos interminables, quebrados por coyunturas protuberantes a causa del frío, y sus uñas plomas, casi tan gruesas y ennegrecidas como sus años de espera, cerrándose coordinadamente sobre aquellos crepitantes papeles de una forma tan armónica que parecía realizar todas las veces la misma maniobra.
Su rostro ya no reflejaba los buenos tiempos de su empleo de Supervisor-Jefe de Vendedores del gran almacén del centro, cuando los lentes le hacían juego con la corbata y sus manos eran elogiadas como manos de pianista; tiempos de su matrimonio con una mujer que lo respetaba hasta el silencio, tanto así que se murió del puro miedo cuando se enteró que había dado a luz a dos niños, y no a uno, sin su consentimiento. Pero tampoco reflejaba los años duros que precedieron su huída. Su rostro ya no reflejaba casi nada, sólo la miseria de largos años en la calle que lo habían reordenado de modo que ya no quedaran rastros de piedad en él, volviendo acuosos sus ojos grises, extraviando sus labios entre motas compactas de su barba y bigote entrelazados, y perdiendo la vitalidad de sus fosas nasales, anegadas por los restos flotantes de todos los aires que había tenido que respirar durante su huída; porque huía de recuerdos ineludibles, razones agobiantes: de su antigua fe cristiana, de los edificios de cuatro pisos en los que veía siempre trepados sobre el borde más alto a sus dos hijos adolescentes; los veía saltando al vacío, inermes, y él corría con los ojos desorbitados a verlos destrozados en el suelo, pero ellos salían a su encuentro y lo abrazaban, y le decían: papi soy inmortal, deme otro cigarrito. Y él se los entregaba, consternado.
Pero, a pesar de sus largas caminatas, siempre terminaba sentado sobre la vereda de la misma iglesia, clavando sus ojos en el pequeño parque de bancas de mármol y pileta de bronce -enrejado hace siglos para su protección por algún municipio insensato- que quedaba cruzando la calle; donde al caer la noche se dedicaba a escudriñar los resquicios pétreos qué el imaginaba cálidos y húmedos de una escultura femenina de expresión conformista; resignada, quizás, a la hediondez de las palomas, dominado por rezagos de cierto instinto confuso que le hacía verla más humana de lo que aparentemente era cargando a su hijo muerto, así como él cargaba a sus hijos moribundos la segunda vez que se arrojaron del edificio, en el que vivieron, y sobrevivieron, ante la incredulidad de todo aquel que oyera hablar de esos hermanos que se creían inmortales, los que ya se habían arrojado hasta cuatro veces antes de cumplir siquiera veinte años, siendo aún como dos niños obedientes que le hacían caso en todo a su padre. Tanto, que ya no hicieron nada luego que él los abandonó, y se murieron más bien quietos, sin que por mucho tiempo nada los delatara, sin que su padre loco se enterara nunca que casi lo habían olvidado el día que murieron. Pero él no estaba loco, él sabía que continuaban vivos sobre cada edificio que tuviera cerco de granados pues por el simple hecho de persistir el frío sobre la vereda, porque Dios no existía, porque aquella su tibia muerte no aparecía, porque a pesar de todo siempre abría los ojos al siguiente amanecer, esperando que inusitadamente volviera la noche, que anocheciera sobre él.


Mientras Tanto, la estatua de mármol, de rostro cansado, obtenía brillo propio las muchas noches que fallaba la luz del poste encargado de opacarla, haciendo crecer en él ansias que sólo eran refrenadas por la presencia de las altas verjas coloniales, ansias que no desaparecían en sus remordimientos; se acumulaban noche tras noche viendo languidecer, de vez en cuando, su tibio resplandor, a causa de las luces de algún auto inoportuno que avanzara a lo lejos, tras el parque, buscando refugio.
Una noche en que la falla eléctrica del poste coincidía con una Luna tan llena que hasta las bancas, arrancadas, flotaban por su celeste nebular, sus ansias desbordadas lo hicieron moverse. Se levantó sin sentir que lo hacía, como dejando un falso peso abandonado tras de él, y caminó cruzando la calle, sin detenerse. Encontró con la mirada el camino clausurado. Sintió entre sus manos la quebradiza e hiriente sensación de cáscara de los hierros oxidados del cerco colonial, que, de pronto, cedieron como ceniza ante la inmensa presión de los años de intemperie vividos; abriendo una ruta por la que pudo llegar a ella, tocarle la frente con sus dedos infinitos y sentir sobre sus palmas atónitas la frialdad de sus pétreas vestiduras, arrugadas en un mismo y eterno gesto, disociándose tan de golpe sus ansias que tuvo que sentarse sobre la polvorienta banca al pie de la estatua, sintiendo quebrarse la última de sus pasiones-ilusiones de una forma tan catastrófica que se quebraron también las murallas que contenían sus recuerdos, y apareció de pronto en el centro de una sala, con la desgracia de sus dos hijos sin madre pidiendo a gritos ser amamantados, siendo luego rechazados de los colegios normales, recibiendo la burla de los chicos más crueles del vecindario que los tildaban de “Niños Caballo” y lo motejaban a él como el Jinete Sin Suerte; subiendo las escaleras del edificio el día que maduraron sus terribles ideas y decidió reunirlos en la cocina para convencerlos con artificios de mago de su fascinante calidad de inmortales, sin imaginar que no podría convencerlos sino tras varios años porfiando de subir a la cornisa y arrojarse al vacío, mientras él se escondía como no pudo esconderse en la banca del parque a causa de la luz de luna que atravesaba las rendijas abiertas por entre sus coyunturados dedos, mientras deseaba la muerte en vano, porque sabía que nunca moriría, lo había pedido tantas veces, extendiendo los brazos hacia ese cielo estéril que lo cubría sin Dios, que había comprendido lo inútil de su fe, quedando tan ensimismado que no percibió el momento en que logró conmover a la muchacha de mármol que lo miraba desde lo alto; quien se levantó silenciosa, dejando acostado sobre el pedestal de piedra a su hijo muerto por todos nosotros, y bajó, extendiendo hacia él sus pechos grises en el instante preciso en que él la noto, sorprendido, observando en ella toda la existencia divina por la que había clamado tanto tiempo. Dejó que lo abrazara y recostara sobre su regazo, meciéndolo amorosa bajo sus pechos olorosos y acariciando su pelo sucio, lentamente, hasta lograr dormirlo, soñando el rostro lleno de piedad que lo dejaba con el sabor de sus labios frescos en el paladar muerto, que lo dejaba morir con la lujuria de sus besos.

martes, 23 de noviembre de 2010

fiesta para Claudia

Claudita y Nicolle giran descalzas sobre la alfombra, disolviendo los turbios contornos de los muebles. Se empujan melódicamente, jugueteando sexys. Miguel las anima, viéndolas enredarse como los arabescos del humo de inciensos que aroman de opio la sala. Del Estéreo se expande la arrebatada cadencia de bongós y la melodía flautista traversa perseguida por un piano jazz, que, les parece a ellos, arman una rumba…
Abajo, sentados en las escaleras al pie del edificio, Erick, Angie y Leo fuman de una pipa lo más sin apuro que pueden.
Angie ve las lucecitas de Pardo bailoteando sobre los postes, fundiéndose al pavimento en el iluminado horizonte. Mira sus pezones erguidos; calurosa, feliz. Los siente desde las puntas como dos dudas que ansiaran ser absueltas por el viento que las lame. La larga noche esconde sus torpezas. Gozan lo clandestino.
Entran corriendo. El conserje, tras una puerta lateral, se esconde para que no le jodan la paciencia a él.
Juegan. Buscan el ascensor.
...Miguel desea que ellas continúen bailando, pero aquel toc toc ha quebrado la ilusión del momento.
Claudia va a abrir la puerta. Su amado Leo, entra primero y le da un beso. Ella huele y le saboréa la yerba. ¿Compraste todo lo que te pedí, no, Leo? Le pregunta…
Ahora sentada sobre Miguel, Nicolle no deja de sorber sus besos ebrios. Los chicos llevan a la cocina las compras del Santa Isabel. Nicolle señala con la puntita del piercing de su lengua a Angie sus pezones. Ella se acomoda la ropa ante el oscuro ventanal con una sonrisa cómplice. “Estás atenta” le responde Angie, sentándose. Ríen.
Miguel ve borrosamente cómo se sirven nuevos vasos y se ocupan los sofás. Bebe un trago de alcohol y frutas y saliva de la boca de donde le llueve. Cerrando los ojos acaricia a Nicolle. Ella se agita, acomodándose para frotar mejor sus sexos, montados sobre el sillón. La tibieza que aparece cuando siente que encajan es lo único que le da a ella algo de seguridad, de confianza, a esa hora crepuscular que significa la media noche para su ánimo. Miguel bajo su polito beige le recorre la espalda crispada.
Erick y Leo vuelven a reír con Angie. No se detienen. Claudia no puede hablarles, se asfixia; en especial a Leo, el muy imbécil. No deja de pensar en la cocaína que guarda en su cartuchera. Detesta aquella idea romántica que tenia para ella, para ellos. Saca la bolsita y se sienta en el piso junto a la mesa del centro. Poco a poco, uno a uno, van deteniendo sus conversaciones y volteando hacia donde ella está. Ella aspira lo que ha recogido con el borde de una tarjeta, aparentando no prestar atención a nadie. Un tiro, dos. “oye mal educada -dice Erick, de pronto- eso se hace en el baño”, “¡Claudia, ¿qué te pasa?!” le grita Nicolle en un susurro al oído, “¿te olvidaste de mis papás o nos quieres joder???". Ella sabe que Nicolle no tolera la cocaína; y más cuando es la cocaína de su mejor amiga. “ya pues Nicolle, normal; más bien, que nos invite de esa coca…” “perooo”, “Claudacha…”. Surge un rumor. Angie se aproxima a ella extendiéndole el dorso de la mano. “invita px unos ñacs”.
-Esperen.
Nicolle se coge la frente, la siente caliente. Al hacerlo ve la hora en su pequeño reloj y luego se fija en el de la pared.
-Oigan, qué tal… me parece que ya es más de medianoche, ¿no?!!
“¡Feliz cumpleaños Claaau!!”, gritaron entonces todos.
Erick la ayuda a levantarse y la abraza. Angie sirve más tragos. Es la última en darle a Claudita aquel abrazo. Miguel ha cogido la bolsita de cocaína y la observa acucioso, fingiendo no escuchar las palabras que Nicolle se empeña en colgarle del cuello; pero lo hace y le entrega la bolsita finalmente a Leo, quien con un gesto crítico recoge un poco con los dedos y aspira furiosamente, brotándole luego un gesto doloroso. “Ellos son los malos –se dice Claudia-; puta se van solos y regresan así estonazasaasos, ¿y yo?”. Leo, al ver que ella lo miraba de ese modo tan duro se acercó. Sin rencor, Claudia siente la gota amarga caer en su lengua, y la agita contra la lengua de él. “Tal vez mi Leo no lo sabia. El casi nunca fuma” se dice, prolongándose su beso. Nicolle apaga las luces del techo y enciende tres lámparas. Por sus pantallas la luz desparrama tonalidades cálidas.
“¿Piel humana?”
“Quizás…”
“No te pongas chuncha Claudia-dice Nicolle-, mira”. Miguel ha abierto un estuche de donde asoma una fruta iridiscente y aromática. “¿Tu regalo para mí, Nicolle?” le dijo abrazandola. Recuperando el entusiasmo, vuelve a ver amigos en los que absorben líneas de su cocaína sobre el vidrio de la mesa. Nicolle corre una ventana y entra junto con el aire el veloz precipicio. Ya no le preocupa tanto el riesgo de sus padres, quienes a esas alturas deben haber logrado vencer la música y quedádose dormidos. Está contenta porque Miguel no ha querido la cocaína. Todos se acercan, seducidos seguramente por aquel frescor del mar en las noches de Enero. Nicolle rechaza fastidiada la punta de polvo blanco que Erick a lo lejos le ofrece. Busca en su bolsillo la pipa de piedra que le había comprado su hermana y se la da a Leo para que la llene con lo del estuche, que Claudia sostiene alegre.



Nicolle recibe la pipa otra vez. Arrojan el humo por la ventana, que se eleva por el nocturno cielo violeta del impredecible éter limeño. Ella, Angie y Erick han intentado suicidarse alguna vez. Leo piensa que, cuando lo intente, él no fallará. Miguel pasa la pipa y se deja caer sobre un cojín. A lo lejos, Nicolle apaga las luces y aumenta el volumen de la música, luego lo coge y lo levanta y lo pone a bailar. Nuevos inciensos han sido encendidos y se ha cerrado la ventana. Claudia no sabe si ir a sentarse con los espectadores en la reciente oscuridad, o volver a bailar tras de Nicolle, ir a prenderse de su cintura al borde de su lacrimógeno placer, o si tal vez aventarse al vacío, volar los doce pisos ahora que nadie la nota. Pero le han corrido la ventana.
-¿Para eso fumas?
Miguel comprende en una olfateada las miradas de Nicolle. La abraza y siguen bailando muy arrechamente. Angie mira a Erik concentrado en el baile de Nicolle y no en sus dolidos pezones.
Va al baño. Le costó levantarse del sofá; le cuesta alejarse de Erick y encontrar el camino correcto. Pasa junto al equipo de sonido y voltea a ver a la pareja. Siente ganas de apagar la música, pero no ve exactamente cómo hacerlo. Con un buen golpe bastaría, se dice, siguiendo hacia el baño. Cierra tras ella la puerta, sin encender la luz. Se limpia la nariz, tratando de ubicarse en el espejo. A oscuras se siente más bella. Mira sus senos, nostálgica. Los palpa. Enciende la luz. la apaga. Esta vez se levanta el polo y los hace brotar sobre el brassiere. Los recorre con la yema de sus dedos por las curvas. Va a encender la luz, cuando siente que intentan abrir y luego llaman a la puerta. Se reacomoda y la enciende. Es Leo. Cruzan miradas, pero es la de Angie la que queda suspendida en el vacío al cerrarse la puerta detrás de él. En la penumbra del pasadizo, se dice que de nada le sirve ser tan bella con tremendo marica. Leo se lava las manos; las seca bien. Su cocaína es más pura que la que le han vendido a Claudia, cree. Inhala mirándose hacerlo en el espejo. Sus orejas; no le gustan. Sonríe. Recoge con el dedo los rastros del polvo blanco impregnados alrededor de sus fosas nasales y los pega a su lengua, saboreando. Se acomoda, rudo, el paquete de la bragueta. Su boca; tampoco le gusta su boca. Desabrocha su pantalón y busca su arrugado pene. Lo estira todo lo que puede para ver su reflejo, se empina. Intenta mantener el equilibrio, recuperando las nauseas que le habían llevado ahí. Sobre el retrete se rasca insistente, sonriéndose, arrepentido.
Miguel le aconsejaba a Erick que ya no siguiera tomando; Y mmm tampoco la cocaína le sentaba bien. A nadie le sentaba bien por la puta madre, replicaba Erick, justo cuando aparecía Angie, a quien, para agrado y sorpresa de Angie y de alguno más ahí, Erick jaló sobre sus piernas. Angie entre sorprendida y avergonzada, se deja besar. Claudia, ahora, baila sola. Lleva un ritmo tan intenso... Nicolle llama a Miguel. Se lo lleva por la cocina. Salen al hall de los ascensores. Se besan oyendo la música lejana, lascivamente. Miguel le remanga el top que lleva sobre sus hermosos y saludables pechos, que siempre reciben el vacío con aquel afiebrado temblor. Se los lleva a la boca, los lame, los acaricia y los retuerce. Nicolle lo detiene sonriente y lo guía hacia las escaleras de servicio.
Claudia se piensa una perdida. No percibe a nadie tras de la canción. Desea a Leo, a Nicolle, a Miguel; también desea no estar ahí, caminando hacia el baño. Abre la puerta, sin seguro y Leo, quien demora en verla unos segundos, queda luego pasmado por el horror. Él va a decir algo, va a… pero ella ya ha cerrado y camina rumbo a la cocina. Leo intenta reponerse. Se sube la ropa intentando no mirar hacia la puerta. Se lava las manos frotando con euforia los dedos que se había estado metiendo al culo, lamentándose de su abyección, -Leo, si no estuvieras tan cagado- retoriza, pero aún los ve haciendo lo que hacían, de reojo en el espejo cuando Claudia lo descubrió.
-Mierda, qué borrachos están todos. –se dice Claudia, como después de un sismo, como en un desmayo híper lúcido, sin ganas de llorar. Mira su propio agujero en el vaso que, por suerte, ha conseguido. Se siente extraña "no, mierda no", opina, y se ríe. Recuerda apenada la imagen de Leo acuclillado sobre el retrete, gozando disforzadamente del reflejo de su martirio. Él aparece balbuceante en la cocina. Trata de hablar. Se muerde la lengua, enloquecida por la abundante dosis de coca que necesitó para salir. Claudia lo deja hablar, concentrada en unas burbujas del vaso que se deslizan lentamente, se tocan, y a veces se hacen una, acelerando luego su camino.
Nicolle se ha herido la rodilla sobre la escalera ante la premura de Miguel por levantarle la ceñida y larga falda, la que su madre le ayudó a escoger para esta ocasión. El desliza sus manos entre las nalgas de ella, esquivando su diminuta truza. Pulsa su clítoris inflamado y jugoso, delicadamente, casi con devoción. A Nicolle la rodilla le arde menos, y lo olvida todo al sentir el glande de Miguel entrando por su vagina. Sujeta de un escalón con ambas manos, zarandeándose oblicuamente, intentando mantenerse en posición y no desprenderse de Miguel en su contra compás, repite oh mi amor. Él palmotea sus nalgas y aceleran la marcha. A ella el placer le da vueltas por el cuerpo, la recorre de labios a labios. Teme que la oigan en otros pisos, pero no trata de contenerse. Grita. Miguel siente su música. Apretándole los pezones la sostiene a su gusto, complacido entre sus espasmódicos y cada vez menos adolescentes orgasmos que se suceden sin esfuerzo. Le habla al oído, sabiendo que ella lo oye y no lo oye, cada vez más enloquecida. Vuelve sobre ella. Qué me haces, oh, ooh dice Nicolle. Ha hundido la cabeza en las escaleras, y él se detiene. Continúa un poco, esperando que ella se recupere de su agotamiento, que, aunque intenso, también sabe ser efímero. Se separa de ella, sin eyacular. Nicolle va recobrando la conciencia de las cosas. Lo busca. De pronto extraña la cara de excitación de Miguel, que desearía haber visto más hoy como casi siempre; aunque le ha gustado mucho como le dio ahora en las escaleras de servicio… Él la observa desde la puerta. Nicolle termina de acomodarse. Quiere besarlo, abrazarlo, dormirse ahí con él... la puerta ha permanecido abierta. "Ven, Nicol", dice M. al desaparecer. Ella se sienta en las gradas, resintiendo la herida en la rodilla, nota que es sólo un ardoroso rasguño, preguntándose por qué amará tanto a Miguel. Al caminar por el hall ve a sus vecinos salir del ascensor. Se saludan. "¿Fiesta?". A Miguel no le hubiera molestado que ellos aparecieran cuando él la tenía semidesnuda ahí, lo sabe. Ve la puerta abierta de par en par. Entra y la cierra. Ha aprendido cómo es él, y aunque le jode un poco amarlo, así lo hace.
Claudia, Leo y Miguel conversan en la cocina. "Leo, tú estás locazo -dice Miguel- qué te vas a ir si recién son las dos". "A mí se me está volviendo eterna esta cancioncita" -acota Claudia. "Vamos a bailar, oye –le dice Nicolle, quitándole su vaso y bebiendo de el -vamos a poner esa de Pulp Fiction, esa del bailecito".
Angie fumaba un cigarrillo mirando los autos de la calle por la ventana cerrada; de vez en cuando, enfocando su propio rostro, su reflejo oscurecido. ¿Donde habían estado? Ella había hecho el amor, o tenido sexo (las opiniones estaban divididas) con Erick, pero él ya dormitaba, mal colocado. Supo que todos habían estado haciéndolo; Leo y Claudia en la cocina, Quizás los cuatro en la cocina. Sintió celos. "¿a dónde fueron?" “vamos a bailar, ven, ven pues", decía Nicolle, "esta noche recién comienza, ¿no es cierto Erik?". Él se levantó, pero pronto volvió al sofá. Nicolle ha puesto su música. Baila medio fastidiada porque Miguel lo hace con Claudia, sentado junto a la mesita de centro. Él escribe esas líneas de coca sobre el vidrio con una tarjeta y luego las borran ambos aspirándolas por un billete de diez soles enrollado. Leo no quiere más; dice, bebiendo ansiosamente. Nicolle lo queda mirando, pero su mirada se pierde en el vacío.
Claudia va al sofá. Angie se sienta a su lado. La abraza. "feliz cumpleaños cojuda" "Mmm… Te estuviste aburriendo, ¿no? tu Erick se ha quedado jatazo". "ahh". "la verdad despierto también aburre: todos los tipos aburren". Miguel protestó; “tú no tanto, ¿ya?” dijo Claudia sonriente. Nicolle no aguantó más. Dejó el baile y fue con ellos. "Miguel, hazme unas líneas", dijo. "Nicolle, ¿Estás segura?" replico Angie. Nicolle miró recelosamente a Claudia, sintiéndolas cómplices.
Luego de esparcir nuevas líneas, Miguel le dio el billete. "Que no quede nada", dijo Claudia. Nicolle recogió su cabello rubio tras una oreja para poder mirarles al hacerlo. La segunda fue más hiriente y rápida. Angie le sonreía. La habitación creció. Tuvo nuevas ganas de bailar. Miguel volvió a poner aquella terca canción.
Sus brazos se movían como rodeados de mariposas. Flexionaba las rodillas y giraba las caderas con precisión y soltura. Miguel se levantó, siguiéndola. También se levantan Claudia y Angie, contagiadas. Las canciones de ese disco pasan veloces entre líneas. Concluye el disco y vuelve a comenzar. Miguel busca "Girl, you will be a woman, soon ". Baila con Nicolle. Ve a Claudia de espaldas, conversando con Angie. Se acerca. La toma de los codos, imprimiéndole el ritmo que lleva. Giran juntos hacia Nicolle, ahora los tres se mueven por la alfombra-pista de baile.
Nicolle comienza a sentir ganas de llorar, pero sonríe. Miguel adivinándola se escurre tras de ella, con lo que la ve recuperar la confianza. Juega con el pelo de Claudia, que siente en silencio el intermitente roce-golpe-caricia de las tetas de Nicol como un calambre. Esquiva su mirada, retrocediendo, pero no mucho. Nicolle la jala de nuevo, sintiendo musitar los labios de Miguel sobre su cabeza. Pegan sus cuerpos. Miguel se deja caer en el sofá, recogiendo un vaso de la mesa. Angie se ha sentado también sobre la alfombra frente a Leo. Leo bosteza.
Las amigas ríen, la canción se va. Miguel lleva a Nicolle sobre su regazo, donde ella busca acomodarse como más le gusta, abrigándolo bajo su húmeda tibieza. Claudia ha caído cerca de Angie. Su amiga y la alfombra son lejanas suavidades que comienza a dejar de diferenciar...

La ventana abierta, los rostros de todos asomándose a verla echada, abajo, tras de volar, con un ágil asalto, por la expansión de luces del abismo, para rodar nuevamente sobre sus juguetes, como en las fotos de fiestas en que todos se asomaban para verla soplar las velas. Esta vez no le han conseguido diecisiete flamitas con que contar sus años; mejor más vodka, dijeron, y ella estuvo de acuerdo. Llora sentada en la alfombra. Angie la ve, pensando en el tiempo, en Erick. Volvía a verla llorar bajo sus largos cabellos negros. "Algo se refleja y no es tu sombra -tatarea Miguel- Nicol; ¿Nicol?" "Leo se ha dormido", dice Claudia, limpiando su cara discretamente. Toca a Angie, que, a gatas, se ha aproximado al sofá donde duermen. Se vuelve al sentir su mano. "parecen incómodos" "Miguel, haz algo". Miguel no puede moverse, Nicol cuelga de su cuello como un candado y suspira en sueños. Claudia se levanta y ayuda a Leo. La mira confundido. "vamos al baño". "Yo puedo", le responde, "yo puedo", y se acuesta junto a Erick. "tu chico está de más", le dice Angie a Claudia, que regresa. "Buen chico". "¿lo amas?". Se sabe mareada y piensa acabando con el vodka en su vaso, que amar es una trampa o una mentira; ¿por qué será?, o que el amor no existe o no lo conoce, o, como leyó en el facebook de alguien, que el amor no tiene nada que ver con el amor. “Y tú Angie, ¿has amado?”...Nicol sueña esa pasarela del Real Felipe. Está en bikini y siente frió. Le alcanzan una casaca. El frío se va, la pasarela se va. Se mira en el espejo del baño de su cuarto. Unas manos de hombre la desvisten de su pijama de franela. Se acurruca junto a él. Ahora son dos los tipos, sus primeros dillers de la U. ¿No se odiaban? Trata de no mancharles de sangre, esa que comenzó a salírsele junto con los contratos a los trece, recuerda. De nuevo las fotos la despiertan. Luce los pedacitos de tela, luego se desnuda tras los bastidores, una y otra vez, al principio temiendo ser vista, luego ha crecido, tiene diecisiete y ya le da igual, y sus padres aplauden, y cierra los ojos y sueña que no los conoce. Corre desnuda. Miguel la abraza, la protege del frío. Van del teatro a las clases de danza. Miguel se ha acostado con la instructora. Está segura de eso. Lo ve conversar con ella, mientras las demás mujeres hacen ejercicios, obedeciendo a la ayudanta. Los ve reír. Se alejan. Han ido a esconderse tras esa pared pintada de rojo. Ella puede verlos reflejados por un gran espejo. Todas las chicas pueden verlos. Se han acostado sobre las colchonetas blandas. Él la levanta y la pone a gatas. Se oyen diez flexiones más; va, nueve, va, ocho. Nicolle no puede, cierra los ojos. Se imagina con él en las escaleras de su depa, se imagina gimiendo hasta el primer piso, preocupando a la calva conserje que siempre le espía el culo, sonriente. Ellos desaparecen uno tras otro. Nicolle está segura; él no ha terminado. La clase sí. Salen por el estrecho pasillo. Hace frío y ella sólo lleva el bikini. No hay flashes ni padres ni pasarelas. Esta sola. Comienza a llover. Miguel la llama, lejano, con un abrigo de piel de gatos. Siente la cabeza de él entre sus brazos. Sorbe su saliva, pensándose una babosa y le musita al oído: Miguel, tuve un sueño. Se despereza delicadamente. Trata de ver, pero aún no despierta del todo. Ve la noche, el cielo violeta, reflejo de la luz de los edificios de enfrente, de la ciudad entera. Luego aparece la habitación, la sala, el sofá. Leo duerme, Erick duerme, ella y Miguel ocupan el sillón. Ve a Angie y a Claudia juntas bajo la ventana, en el suelo. Ve que Angie le agarra las tetas sobre la ropa a Claudia, infantiles comparados a los de Angie, y se besan brevemente. Claudia mete las manos bajo el polo de Angie, describiendo sus caderas. Sus aureolados pezones traslucen en la penumbra. Sus dedos llegan a ellos y los aprietan, haciéndoles dar un respingo. Blando erguido, como sus fuerzas de abandono. Buscan tocar sus labios. Se besan más. Angie hunde sus dedos entre el pelo de ella jalándola, se deja caer y queda acostada. Claudia le desabotona el pantalón que ella ayuda a bajar. Corren la tela de su truza. Claudia le cuenta que su sexo brilla. Vuelven a besarse y tocarse. Angie agita las caderas e intenta corresponder. Nicol se repite mentalmente "están ebrias". Mira a Miguel, dormido. Claudia acaricia a Angie, la mira con miradas de inocencia justo como ella también desea, tendida, expectante. Recordando el precipicio se desliza con los dedos dentro de Angie, quien aprieta los dientes. Los abre. Su rostro tembloroso no la mira pero le deja sentir tanta belleza que duele. Llevan los polos remangados bajo las axilas. Claudia la espía, mordiendo y besando sus pechos, saboreándole el rostro. Angie la mira temblorosa a los ojos. Pero saben que no intenta que Claudia se detenga. Nicol ha despertado por completo y mira cómo Angie baña de orgasmos la mano de Claudia. No sabe qué hacer. Miguel siente o sueña algo, está segura porque siente crecido el bulto de su bragueta ahí debajo. Se levanta. Pasa junto al equipo de música y se detiene. Pone los dedos sobre el interruptor de la luz. Las ve como en una película en cámara lenta. Se respira sexo por todos lados. Quizás por eso Miguel sueña y se excita, sentado en primera fila. No puede dejar de verlas, brillan. Se recuesta en la pared. Claudia no se detiene, sigue besándole los pechos a Angie, a pesar de que ésta ha perdido la conciencia o la ha hundido a lugares que ella no presencia. Quita la mano del interruptor, y golpea los adornos al bajar el brazo, distraída. El ruido hace reaccionar a Claudia. Ve a Miguel dormido. Se acomoda la ropa parada frente a él. Angie encontró su polo. Quiere dormir. Aun late su lengua mordida. Llama a Claudia, pero ella no voltea. Ha visto a Nicolle mirándola desde la esquina de la sala. Nicolle evitándola desaparece por la cocina. Claudia va donde Angie, quien ha vuelto a acostarse, vestida, sobre la alfombra. "mejor déjame", le dice, acurrucándose entre mantas imaginarias. Claudia ve apagarse la luz de la cocina y no duda en caminar hacia allá. Pasa junto a Miguel. No quiere hacerle ningún daño, pero finalmente le da igual: nada se interpone entre Nicol y ella. Claudia aparece por la puerta. Nicolle la esperaba temiendo que viniera tanto como que no. Bebe lo que aun quedaba de alcohol en ese vaso. Tratando de mantener su temblorosa sonrisa imagina lo que va a suceder. De pronto es ella misma quien extiende su mano y jala a Claudia. Claudia le acaricia la nuca alborotando sus sedas rubias, sintiendo que tiene el control, fascinada, y la besa. Nicol también la besa, le ayuda a pasar las manos bajo su ropa, e igual que con Miguel, hace brotar sus senos. Claudia los muerde un poco y los vuelve a lamer. Nicol siente sus besos en la punta nerviosa de su lengua y la frota contra el paladar. Cabecea buscando tocarla igual, pero duda. Claudia es más rápida, le ha desatado el faldón que ha caído en sus pies. Nicolle se trepa instintivamente sobre el repostero inferior. Claudia la toma de las rodillas, las separa y avanza su carita de angel hacia su paraíso. Nicolle se golpea la cabeza contra el filo de los estantes, estremecida. La ve. Es Claudia, es su lengua. Mira la cocina bajo sus manos, en el amanecer limeño, quieto y brumoso. Vuelve de nuevo la música: es Claudia. Recuerda a Miguel y se siente observada. Le parece verlo. Ella se levanta, notando su temblor y la besa. "no", dice Nicolle. "¿qué?". "ya no quiero". Vuelve a agacharse, pero Nicolle aprieta las piernas. Claudia retrocede desconcertada. La enfurece verla llorar. Intenta acercarse de nuevo, pero es Miguel quien ahora la detiene y la aparta. Ella vuelve a sentiré perdida. Claudia, dice Nicolle. Miguel avanza hacia ella, le levanta la cara y con la lengua comienza a capturar el agua salada que cae de sus ojos. Ella, temblando, busca el pene de Miguel, lo encuentra como más le gusta entre sus manos, lo aprieta como sopesando su presencia y sentada aun así como estaba se lo va introduciendo ella misma, acercando a Miguel con el abrazo de sus piernas. No deja de llorar, pero cambia, mezcla llantos, y a él le encanta ver cómo la va recuperando. La mueve. Se mueven. Se oye lentamente de nuevo los automóviles desperezando las calles. Claudia también llora. Ve a Nicolle feliz. Oye esos gemidos que a ella no quiso prolongarle. "te amo" escucha que se dicen, apartando la mirada. El tiempo se prolonga, es casi eterno, en el tráfico de sus emociones. Miguel se sacude en sus últimos impulsos y le derrama dentro lo de toda la noche anterior. Ambos se sonríen, frotándose las lenguas. Sin despegarse de ella Miguel arranca papel del rollo y se lo da. Ella lo besa y deja que se retire. Voltea y encuentra a Claudia hundida en la sombra del refrigerador, apartando nuevamente la vista. Se acomoda el pantalón y quiere ayudarla. Nicolle, que la ha notado también lo empuja y le dice "Por favor vete adentro, ahora vamos". "Me voy" les dice Claudia y Nicolle en silencio la acompaña al ascensor. "levántense cariños, ya es de día –dice Miguel apareciendo en la sala y sacudiendo a los chicos. -Acompañen a Claudia a comprar el pan, para tomarnos un desayuno pues". Erick sale de la bruma intentando demostrar que no ha dormido. Quizás sólo un ratito. "ya, claro", dice. Leo lo sigue automáticamente. Se meten casi enfermos al ascensor que acababa de abrirse, para sorpresa de las dos amigas. El ascensor se va.
"¿Qué te pasa, no hablé con Claudia?" "vamos, hay que dormir un poco mi amor". Nicol, confundida tanto como agotada le ayuda a desplegar el sofá-cama arrimando la mesita. va por unas frazadas y se acuestan. Antes de quedarse dormida le pregunta a Miguel ¿en verdad me amas? " claro que sí, mi loquita. Anda, durmamos. Estoy tan cansado".
La madre de Nicol también se ha levantado y camina por la sala. Se comenta lo alegres que son los amigos de su hijita, muy contenta. Se agacha a recoger un vaso que ve tirado, lo coloca en la mesita y descubre media línea de coca sobre el vidrio de la misma. La recoge en la yema de un dedo. Miguel la ve hacerlo. Ha permanecido muy quieto desde que la vio entrar. La madre se da cuenta que Angie duerme en el piso se apresura a darle una chupada a su dedo, saboreando el residuo de coca que recogió, mirando a todos con cierto reproche cómplice. Arruga un papel y lo mete al vaso, mete de todo en el vaso, cajas de cigarrillos vacías, servilletas, todo. Luego desaparece y reaparece con unas mantas para Angie. Ella despierta sobresaltada al sentir las manos que la cobijan "señora, disculpe”. Bosteza. ¿qué hora es? ¿se fueron los demás? Suena el intercomunicador. La madre va a contestar. Angie ve a la pareja dormir y nota que miguel entrecierra los ojos. “el muy pendejo", piensa. Chicos, esas caras, ay dios mio! Hola señora. Salimos a comprar cosas para el desayuno. "ya chicos, pónganlo por ahí, ay que tontos, ya vuelvo". Ella baja por el mismo ascensor. Claudia, leo y Erik entran y cierran la puerta. Angie ha puesto a calentar agua en la tetera, dejan las compras en la cocina y van a la sala. Erik saca de su bolsillo un potecito oscuro con marihuana. Sonriente les pregunta si quieren un desay-humo. Asienten. Angie se echa unas gotas de colirio en los ojos. Van rotando el pomito mientras Erik termina de armar un huiro. Vuelven a correr la lunas, encendiéndolo. Claudia voltea y no puede… se acerca a Nicol y la despierta. "oye, estamos fumando, vengan" “¿Qué? ¿Y mi mamá?". "Acaba de salir"
Se alegra de sentir que Miguel la abraza, se levanta, le alcanzan huiro y gotitas. Se estira levantando los brazos y se ríe de bostezar."hay que despertar a miguel". "No- dice Angie déjalo dormir, ese no ha pegado el ojo en toda la noche"." Lo despertamos para desayunar, ¿ya?", dice Nicol, mirándolo. Los demás miran por la ventana, ella trata de evitar que el humo que bota regrese a ella, haciendo viento con las manos. Todos la imitan hasta la burla. Angie va a apagar el fuego de la cocina, todos la siguen. Preparan los panes, se empujan, juegan, meten los que llevan queso al microondas. Claudia despierta a Miguel."ven, horrible durmiente" "es decisión popular, de esas que te gustan tanto, que desayunemos todos juntos".
Miguel se sienta, ve a todos y sonríe, les pregunta por señas si están fumados, de lo que se ríen. "malditos" les dice, sentándose junto a Nicol, saludando de paso a su mamá. Ella ha vuelto con unas compras. Leo y Angie discuten por un pan con queso y jamon que Erick coge para ella. del cuarto de los padres aparece un "happy brithday to you" y salen los dos sonrientes, llevando el papá una torta redonda con diecisiete velitas chisposas. Todos se han puesto de pie y rodean nuevamente a Claudia y le cantan feliz cumpleaños feliz… aplauden y esperan ansiosos: Claudia aspira profundamente, mira hacia arriba, mira a todos, mira las velas. Pidiendo un deseo, el de siempre, y riendo, sopla; y soplan todos, y sabe Dios a donde se habrá ido aquel cúmulo de deseos confundidos: estas malditas velas se vuelven a encender.