viernes, 23 de enero de 2009

Berenice
Rumbo a la cuarta cerveza me di cuenta que inevitablemente iba a terminar en casa de Berenice.
- ¿Y? ¿Qué opinas?- me preguntó Violeta.
- Bonito, ¿no tienes más?
- Sí, acá tengo unos que no quería mostrarte.
- ¿Y por qué? - pregunté.
- Bueno, a veces eres complicado y mis poemas...
- Si fuera otro tipo de persona, me ofendería
- No, no quise, tú sabes, tonto. ¿Otra cerveza?
Rumbo a la sexta me doy cuenta de que en el fondo no quiero ir. Berenice parece tan enamorada, y eso me jode. Lo más probable es que deje de salir con ella, aunque no me la haya tirado todavía.
- Por eso también me enternece la bondad, lo que emana bondad en su belleza, como las flores, tu sabes. Lo cristalizo en esos versos -insistió.
- Llegó Charlie.
- El también es poeta ¿no?
- Sí, pero él es de los malos.
- ...será por eso que publica…
No he leído a Charly, pero es mi amigo. Se tira a más chicas que ningún poeta que conozca, todas sucumbidas por las desgarradas imágenes amoroso-sado-diabólicas, he oído, que pueblan sus escritos; ayudadas, claro por su facha de surfer-siempre-seco, ja.
Ansiosas o no de cultura, ellas tienen casi siempre como único vínculo en común su escasez de ideas, últimamente exprimidas hasta el límite, tanto como sus piernas. Charlie me acaba de convencer de ir con él a una dudosa fiesta donde dice, nos esperan (lo esperan) alocadas admiradoras de los populares dizque escritores post BOOM latino y ese rollo, que a falta de mejor sonido, andan haciendo derrotados PLAFF. Me promete harto trago y buena marihuana, " siempre en busca de la desubstanciación total del arte, mi hermano", y yo mejor no digo nada. Esta pequeña ciudad se retuerce a nuestros apostólicos pies y sin embargo, ni mis tíos más queridos me han leído.
Quizá porque tienen mucha suerte.
La fiesta no es cosa del otro mundo. Chicas bonitas que andan por ahí alzando y exhibiendo sus culitos pretenciosos y sus sonrisas bobas. Hace rato nadie se me acerca. Todo porque no aguanté y mande a la mierda a una que me pidió que le recitara un poema de Charlie. El ahora debe de estar en algún cuarto de allá arriba con una o dos o tres mártires de la cultura. A mí me van entrando ganas de romper bocas; y nadie se me acerca más que esta gordita que parece la dueña de la casa y que, lo noto en cómo me mira, está decepcionada y quiere que me vaya.
Pues me voy.
De vuelta a mi dilema primigenio, Berenice. Ella es profesora de inglés en algún sitio, y llega a su casa a las once de la noche; hace unos minutos. No le aseguré que iría, pero ella sí me aseguró qué me esperaría. Mi plan era meterme en ese conversatorio hasta que me botaran, pero la injusta lucha entre una linda chica que sólo hablaba sobre lo Mágico-Real-maravillosos-fantástico- Etc., en aquel sensibilísimo relato y el viejo pelón que sólo encontraba en el mismo relato ideas políticas trascendentales, testimonios del dolor de una generación e inapelables conclusiones, me obligó a escapar. Charlie me ofreció su apoyo a través del teléfono. Me hizo esperarlo demasiado tiempo. Pude haberme ido, pero aguanté estoico el discurso de esa mi empeñosa comadre que a fuerza de cocachos quiere volverse poeta. Si fuese cuestión de empeño, ella sería mejor escritora y yo...bueno. Pude haberme ido, ¿pero a dónde?
El tiempo confirmó mis sospechas. Estoy subiendo las escaleras del edificio donde vive Berenice. Estoy frente a su puerta, y ella, que lo sabe todo, me abre, me recibe con un beso tibión, muy de ella, y me hace sentar en un sofá que me parece japonés, pero seguramente me equivoco. Mesitas de madera, cortinas impecables, digna casa. Comienza a sonar un compacto de Jarabe de Palo que sabe a ambos nos gusta. Por suerte no saca ningún vino, ni hay velas, ni cena en la estufa. trae un par de cervezas y sé que me conoce demasiado. La jalo hacia mí, nos perdemos en el mullido rincón oriental.
- Has estado tomando.
- Tú también.
Es fácil de abrazar, se agita suavemente, pone sus dos manos sobre mi pecho y empuja porque intento meter las mías bajo su ajustado pantalón de tela. Forcejeamos y caemos a la alfombra.
- Tráeme otra cerveza.
- Pero es la última.
- Lo prometo.
Nuevamente intento sumergirme entre sus piernas. Trato de hacerlo lo más delicadamente posible, pero me siento un completo mamut. Ella se levanta, la persigo y la arrimo a la pared.
- ¿Eres tan apasionado siempre?
- No sé.
- Pero yo sí se que esto no durará.
- Te equivocas.
- Eres tan distinto, pero insistes en destruirte.
- Eso sonó muy romántico, te estás dejando Llevar.
- Déjame ver el dolor o quítame la vida, con tu Boca.
- No cantes, nunca seré un diablo poeta.
- Déjame ver el dolor.
- Berenice.
- Tú no eres real, debo estar soñando, debes ser una especie de ángel, entonces…
- ¿Un ángel con botella?
- ¿Por qué estás aquí?
- Quería verte.
- Si es todo, vete, ya me viste.
- No soy un títere.
- Titiritero. Viene de muy lejos, cruzando los viejos caminos de piedra, y es de aquella raza que de plaza en plaza, nos canta su pena...
- Bere...
- Titiritero, ¡Allez hop!, de feria en feria, siempre risueño, canta sus sueños y sus miserias.
- No cantes, escúchame.
- No quiero escucharte, no me vas a convencer, ya no me importa el que me vayas a dejar.
- No quiero dejarte.
- No mientas, me haces más daño.
- Yo no..
- Calla. abrázame así.
- ¿Así?

Avanzamos por las paredes hacia adentro por el pasadizo. Le quito la blusa. Recorro sus nalgas mientras ella se quita el sostén. Yo la toco, la beso, la busco, y ella cede. No sé si está asustada, si le gusta o no, o si lo hace para complacerme, pero hay algo extraño en el temblor de sus piernas siempre acrobáticas.
- Soy virgen.
- (...)
- (...)
- No, sólo confía en mí.
- Ay, me pides imposibles.
¡Donde está Arjona cuando se le necesita¡ ahora soy yo el siente los nervios; pero ella, que lo sabe todo, comienza a desnudarme. La cargo, la llevo a su cama y terminamos de desnudarnos. Nos amamos PARA SIEMPRE durante ese tiempo. Yo sujeto a mi virgen dolorosa, y me siento más despiadado que nunca, gozando de sus sacudones y aleteos incesantes, como un ave degollada y prisionera, quejándose de placer hasta quedar rendidos, uno junto al otro; y sé que debería abrazarla, ahora que llora, pero no lo hago, me visto y me voy.
Llego a la fiesta y me dicen que Charlie aún anda por ahí, que han encontrado un disco de Jannis Jopplin, pues que hay trago para tres días más y que esta vez no me vaya tan pronto; Charlie se tiró a la dueña de la casa y ella ha quedado revoloteando por ahí, amando al mundo. No saben que lo que menos me importa ahora es aquella gorda cara de ojete. Tengo metida a Berenice entre las dos orejas y sé que inevitablemente terminaré de nuevo en su casa, y ella, que lo sabe todo, me estará esperando confiada en que nunca la dejaré, y que, aunque no lo demuestre, la ame tanto como me ama ella; yo por mi parte, confío en que esté equivocada, mientras intento despertar a Charlie.

No hay comentarios: